Y escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: “Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: “El Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie cierra, y cierra y nadie abre, dice esto: Yo conozco tus obras. Por tanto he puesto delante de ti una puerta abierta que nadie puede cerrar…” (Ap. 3:7-13; NBLA).
Origen de la Iglesia
La antigua Filadelfia—la ciudad del “amor fraternal”—era conocida en todo el Imperio Romano por su abundancia agrícola y sus terremotos. Numerosos terremotos destruyeron la ciudad en muchas ocasiones, incluido el gran terremoto del año 37 d. C., pero los supervivientes siempre siguieron despejando los escombros y reconstruyendo. Este pequeño pueblo resistente aún existe hoy en Turquía bajo el nombre de Alaşehir. La actitud de nunca rendirse, de luchar por sobrevivir y de amar al prójimo que caracterizaba a esta ciudad también ejemplificó a la iglesia que creció y floreció dentro de sus fronteras.
La Revelación de Cristo
En Sus saludos a la Iglesia en Filadelfia en Apocalipsis 3, Jesucristo reveló cinco verdades maravillosas sobre sí mismo.
Primero, Jesús es santo, lo que significa puro, sin pecado, justo, divino y moralmente perfecto. “Aquel que los llamó es Santo” (1 Pedro 1:15).
En segundo lugar, Jesús es veraz. Él lo declaró en este impresionante versículo, que destruye todas las afirmaciones sobre salvación universal: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). Sólo la fe en Jesucristo puede proporcionar a una persona el perdón de sus pecados y el don de la vida eterna.
En tercer lugar, Jesús tiene la Llave de David. La referencia se remonta a Isaías 22:20-24, donde Jesús se compara con Eliaquim, un mayordomo del rey David. “El trono de David será establecido delante del Señor para siempre” (1 Reyes 2:45). Jesucristo, como descendiente del rey David, tiene la llave, el acceso y la autoridad para gobernar y reinar para siempre en el trono davidico.
Cuarta, cualquier acción que Jesús realice es definitiva. Eliaquim abrió puertas que nadie podía cerrar y cerró puertas que nadie podía abrir. Cualquiera que sea la intención de Dios, ninguna fuerza en el universo puede detenerlo.
Quinta, Él sabe. Jesús, en Su omnisciencia, lo sabe todo. Nada de lo que hacemos, decimos o pensamos escapa al Dios del universo.
Boletín de Calificaciones
De las Siete Iglesias del Apocalipsis, Filadelfia se destacó entre las mejores y fue elogiada por tres cosas: Jesús dijo que habían “guardado Mi palabra”, “no han negado Mi nombre” y “han guardado la palabra de Mi perseverancia” (3:8,10). La iglesia de Filadelfia creyó, obedeció y perseveró. Encuentren a cualquier cristiano que practique estas tres virtudes, y se encontrarán con un poderoso siervo del Señor.
Más allá del alcance de esta ciudad en Asia Menor, Filadelfia—la “Iglesia Viva”—también representa un período en la historia de la Iglesia (1750-1925). La puerta de oportunidad que Cristo abrió liberó un torrente de iglesias con mentalidad misionera llenas de vida y vitalidad, y las empoderó, por medio del Espíritu Santo, para difundir el Evangelio en todo el mundo.
Desde el siglo XVIII hasta el XX, el Evangelio se difundió alrededor del mundo a medida que las sociedades misioneras abrazaban con pasión la Gran Comisión (Mateo 28:18-20). William Carey (1761-1834), conocido como el “padre de las misiones modernas”, viajó a la India. Otros grandes del movimiento misionero moderno incluyeron a Adoniram Judson (1788-1850) en Birmania; David Livingstone (1813-1873) en África; Hudson Taylor (1832-1905) y Jonathan Goforth (1859-1936) en China; y Amy Carmichael (1867-1951) también en la India. Las Biblias estaban siendo traducidas a todos los idiomas a un ritmo frenético, fundamentadas en la interpretación literal de la Biblia y en un renovado interés por el regreso de Cristo. Como una vez señaló Tim LaHaye, “Nada enciende el fuego del evangelismo en el corazón de una congregación como la predicación dinámica sobre el prometido regreso de Jesús.”
Palabras Suaves para una Caña Cascada
A diferencia de las cinco cartas anteriores a las iglesias, Jesús no ofreció alguna reprimenda hiriente. Sólo señaló: “Aunque tienes poca fuerza” (3:8). Ciertamente, esa condición frágil no se debía a alguna falta de su parte. La era de Filadelfia en la historia de la Iglesia contaba con pequeñas membresías y trabajaba con recursos escasos. Pero, cuando se unían, su fuerza de convicción combinada, impulsada por un Dios que puede alimentar a miles con el almuerzo de un niño, desató una oleada imparable de esfuerzos evangelísticos.
Consejo Sabio
El sabio consejo que Jesús dio a la iglesia en Filadelfia—perseverar en la fe cristiana—debe resonar en la mente de cada creyente que tiene un corazón filadelfiano por Cristo. Su consejo se unió a una promesa. “Porque has guardado la palabra de Mi paciencia, Yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran en la tierra” (3:10). Cristo prometió que regresará, pero primero elevará—“o arrebatará”—a todos los que creen en Él hacia el Cielo antes de que la profetizada Tribulación de siete años acontezca en la tierra. Los creyentes en Cristo no sufrirán la Tribulación, porque se nos promete ser preservados de ella. El conocimiento de esta promesa inquebrantable del Rapto de la Iglesia está destinado a “consolarse unos a otros con estas palabras” (1 Tes. 4:18).
Desafío Prometido
Al dirigirse a los vencedores, es decir, aquellos que han aceptado a Cristo con fe y arrepentimiento, el Portador de la Llave de David desbloqueó cuatro recompensas increíbles.
La primera recompensa les desafió a “retener lo que tienes, para que nadie tome tu corona” (3:11). Los vencedores conservan sus coronas eternas, forjadas a partir del total acumulado de todas las buenas obras que el Espíritu Santo ha realizado a través de nosotros durante esta vida. Estas buenas obras constituyen los tesoros eternos que acumulamos en el Cielo (Mateo 6:20).
La segunda recompensa fue la confirmación: “Lo haré columna en el templo de Mi Dios” (3:12). El templo de Dios no será un simple edificio, sino más bien la ciudad eterna llamada la Nueva Jerusalén. Mientras que los pilares sostienen un edificio, proporcionando fuerza y seguridad a la estructura, en la Nueva Jerusalén, los fieles combinados crearán un templo viviente. Después de todo, “el Altísimo no habita en templos hechos por manos” (Hechos 7:48).
La tercera recompensa certificada, “Escribiré sobre él el nombre de Mi Dios y el nombre de la ciudad de Mi Dios, la Nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo de parte de Mi Dios” (3:12). El vencedor tiene su pasaporte sellado con:
• Nombre: Hijo de Dios
• País de origen: Nueva Jerusalén
¿Por qué? Porque Jesucristo pagó la tarifa de entrada... con Su vida. Una vez salvados de nuestros pecados, el vencedor se convierte en algo así como esa vieja canción de Stevie Wonder, “Firmado, Sellado, Entregado, soy tuyo”.
La cuarta recompensa otorgada a los fieles filadelfianos fue la revelación de un nombre completamente nuevo para Jesucristo. “Y le escribiré mi nombre nuevo” (3:12). “Ahora este es su nombre por el cual se le llamará: EL SEÑOR NUESTRA JUSTICIA” (Jeremías 23:6). Quizás porque el nombre de Jesús ha sido vilipendiado durante tanto tiempo, utilizado desafortunadamente como una palabrota, que de ahora en adelante se le conocerá por su nuevo nombre: Yahvé-Tsidkenu. ¡Nosotros, los fieles, proclamaremos el magnífico nuevo Nombre de Cristo mientras le alabamos por los siglos de los siglos!
Traducido por Donald Dolmus
Ministerio En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)
Las Cosas que Son
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