Una Iglesia Inquebrantable
Temas incluidos en esta edición:
Una Iglesia Inquebrantable
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Nota del editor: Ron Rhodes escribió un artículo maravilloso que apareció en nuestra edición de septiembre-octubre de 2021, que se enfocó en Jesús en el Antiguo Testamento. Este artículo se basa en ése, y destaca el reconocimiento de Cristo que es evidente en el Antiguo Testamento (y testificado en el Nuevo).
En cinco ocasiones diferentes, Jesús afirmó ser el tema de todo el Antiguo Testamento: (1) Mateo 5:17; (2) Lucas 24:27; (3) Lucas 24:44; (4) Juan 5:39; y (5) Hebreos 10:7. Debido a que Cristo es el tema del Antiguo Testamento, no debería sorprendernos que las personalidades clave del Antiguo Testamento fueran conscientes de Cristo y, en algunos casos, incluso se encontraran con el Cristo preencarnado, mucho antes de que naciera como ser humano en Belén.
Cristo la Roca Acompañó a los Israelitas en la Estadía en el Desierto
La primera carta de Pablo a los Corintios revela que Cristo sustentó a los israelitas durante su estadía en el desierto después de salir de Egipto: Los israelitas en el desierto “todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Corintios 10:4).
Note que los israelitas “bebían de la roca espiritual”. El tiempo imperfecto usado en el griego original de esta frase indica acción continua — como si esta “Roca” sustentara al pueblo de Dios a lo largo de todo el viaje.
¿Rescató Cristo a los Amigos de Daniel en el Horno Ardiente?
Cuando los compañeros de Daniel se negaron a adorar la imagen de oro erigida por el rey Nabucodonosor, fueron amenazados con ser arrojados a las llamas del fuego (Daniel 3:15). Los tres valientes muchachos respondieron: “He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo” (versículo 17). Esto enfureció tanto al rey que calentó el horno siete veces más de lo normal y los arrojó a las llamas (versículos 19-20).
Mientras el rey observaba lo que debería haber sido una incineración instantánea, de repente se sobresaltó por lo que vio y exclamó: “He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses” (Daniel 3:25).
Aunque no se nos dice explícitamente que fue Cristo quien sostuvo a los amigos de Daniel durante la prueba de fuego, muchos eruditos creen que lo fue. Esto se infiere de dos hechos: (1) Los amigos de Daniel afirmaron que Dios mismo “puede librarnos del horno de fuego ardiendo”. (2) Una persona como un hijo de los dioses liberó a los amigos de Daniel. Si esto es correcto, podemos afirmar que, así como el Cristo preencarnado evitó que los israelitas perecieran en el desierto, así también Cristo rescató a los amigos de Daniel de perecer del fuego.
Lo que Moisés Supo de Cristo Cambió su Vida
Hebreos 11:24-27 nos dice:
Por la fe Moisés, cuando llegó a ser grande, rehusó ser llamado hijo de la hija del faraón. Prefirió, más bien, recibir maltrato junto con el pueblo de Dios que gozar por un tiempo de los placeres del pecado. Él consideró el oprobio por Cristo como riquezas superiores a los tesoros de los egipcios, porque fijaba la mirada en el galardón. Por la fe abandonó Egipto sin temer la ira del rey porque se mantuvo como quien ve al Invisible (RVA-2015).
Moisés vivió 1,500 años antes de Cristo. Y, sin embargo, Moisés habló de su compromiso de honrar a Cristo en sus acciones. El erudito E. Schuyler English explica que “Dios le habló, mostrándole cosas invisibles al ojo natural, revelándole otro Rey, otro reino y una mejor recompensa”.1
Nuestro texto nos dice que Moisés “consideró el oprobio por Cristo como riquezas superiores a los tesoros de los egipcios”. La palabra griega para “consideró” indica pensamiento cuidadoso. Moisés pensó en su decisión, sopesando los pros y los contras. Si tratáramos de reconstruir el razonamiento de Moisés, podríamos llegar a algo como esto:
Dios me ha revelado cosas futuras, cosas invisibles, pero cosas gloriosas, celestiales. Yo creo lo que Él dice. Él también me ha hecho saber que soy Su instrumento escogido para liberar a Su pueblo — y hermanos según la carne — de la servidumbre. Pero yo soy el hijo adoptivo de la hija de Faraón. A mí me ha sido prometido el trono de Egipto, como heredero por medio de ella. Si sigo el programa de Dios para mí, debo sufrir reproches. En cambio, si me quedo en la corte real, toda la riqueza de Egipto es mía — ¡y cuán grande es esa riqueza! Cada una de estas cosas — la aflicción del pueblo de Dios y la riqueza de Egipto — es temporal. Estoy buscando la vida después de la muerte. Entonces, el que ha sufrido dentro de la voluntad de Dios será recompensado; pero el que ha seguido el camino de la carne será juzgado. Hago mi elección. Rehúso ser llamado hijo de la hija de Faraón, prefiriendo por elección sufrir aflicción con el pueblo de Dios — y lo hago en honor de Cristo.2
Moisés habría estado de acuerdo con el apóstol Pablo, quien escribió muchos siglos después: “Porque nuestra momentánea y leve tribulación produce para nosotros un eterno peso de gloria más que incomparable; 18 no fijando nosotros la vista en las cosas que se ven sino en las que no se ven; porque las que se ven son temporales, mientras que las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:17-18).
Abraham se Gozó en Cristo
Jesús entabló un diálogo con algunos judíos acerca de Abraham (Juan 8:54-59). Los judíos sentían que, por ser descendientes naturales de Abraham, estaban en una posición privilegiada ante Dios. Jesús respondió señalando que los verdaderos descendientes espirituales de Abraham hacen lo que hizo Abraham — es decir, creen y obedecen a Dios. Estos judíos deberían haber respondido por fe en el enviado de Dios (Jesús) en lugar de simplemente confiar en su linaje abrahámico.
Entonces Jesús hizo una declaración asombrosa a este grupo de judíos: “Abraham, el padre de ustedes, se regocijó de ver mi día. Él lo vio y se gozó” (Juan 8:56). Jesús era Aquel que Abraham anticipó. Y cuando Abraham pensó en ver Su día, se llenó de alegría.
Isaías Vio la Gloria de Jesús
Isaías tuvo una visión en el templo en la que se encontraba en presencia de la gloria de Dios: “En el año que murió el rey Uzíasa, vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime; y el borde de sus vestiduras llenaba el templo” (Isaías 6:1). Los ángeles proclamaron Su santidad y el “humo” de la gloria de Dios inundó el templo (versículos 2-5).
Mientras estaba en el templo, Dios le concedió a Isaías una visión gloriosa que lo fortalecería durante la duración de su ministerio. Isaías vio al Señor sentado en un trono de gloria, “alto y sublime” (Isaías 6:1). Los ángeles cubrían sus ojos con sus alas. A pesar de su propio brillo y pureza, aparentemente no podían mirar el mayor brillo y pureza de Dios, quien Él mismo habita en “luz inaccesible” (1 Timoteo 6:16).
El Evangelio de Juan nos informa más adelante que Isaías realmente contempló la gloria de Jesucristo: “Isaías… vio Su gloria y habló acerca de Él” (Juan 12:41). Isaías 6:3 se refiere a la gloria del “SEÑOR de los ejércitos”, pero Juan dice que estas palabras en realidad se referían a Jesucristo. Qué maravilloso debe haber sido esto para Isaías. Unos 700 años antes de que el Mesías naciera físicamente en Belén, Isaías fue testigo de la increíble gloria del Cristo preencarnado en una visión. Y Aquel a quien Isaías había encontrado personalmente en esta visión es el mismo cuyo nacimiento como humano profetizó a menudo (Isaías 4:2; 7:14; 9:6-7; 11:1-5, 10; 32:1; 42:1-4; 49:1-7; 52:13–53:12; 61:1-3).
La Biblia verdaderamente es un “libro de Jesús” — ¡tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento!
1. E. Schuyler English, Studies in the Epistle to the Hebrews (Neptune, NJ: Loizeaux Brothers, 1976), p. 405.
2. Adapted from English, p. 405.
Traducido por Donald Dolmus
Ministerio En Defensa de la Fe (www.endefensadelafe.org)
Read it in the Lamplighter:
Cuando las personas reflexionan sobre la persona de Jesús, a menudo ven en su mente los nacimientos tan populares en la época navideña. Jesús es retratado como un bebé envuelto en pañales en un humilde pesebre, lo que a menudo implica involuntariamente que esta escena representa los comienzos reales de Jesucristo. Las Escrituras, sin embargo, retratan a Jesús como Dios eterno — la segunda persona de la Trinidad (Isaías 9:6; Colosenses 2:9; 2 Pedro 1:1; Tito 2:13; Hebreos 1:8).
Antes del comienzo de los tiempos, Dios concibió un plan grandioso y glorioso para la humanidad (Efesios 1:11). El plan fue concebido en la eternidad, pero sería llevado a cabo por Dios en el tiempo. Aquello que estaba eternamente determinado antes de las edades sería llevado a buen término en las edades.
Aprendemos de las Escrituras que este plan eterno tenía un alcance colosal. Según el plan, el Padre escogió al Hijo como Redentor (1 Pedro 1:18-21), y determinó, entre otras cosas, “enviarlo” al mundo de la humanidad. A esto se refería Jesús cuando le dijo a Nicodemo: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvar al mundo por medio de él” (Juan 3:17). En otra ocasión, Jesús dijo a una gran reunión: “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la del que me envió” (Juan 6:38). Gálatas 4:4-5 nos dice que “cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos”. Verdaderamente, la Encarnación — el evento en el que el Cristo preexistente y eterno asumió una naturaleza humana — fue un momento supremo en la realización del plan eterno de Dios para la humanidad.
Pero Jesús no es sólo el centro del Nuevo Testamento. ¡Nada de eso! Él es también el corazón y el centro de la revelación del Antiguo Testamento. En cinco ocasiones diferentes, Jesús afirmó ser el tema de todo el Antiguo Testamento: (1) Mateo 5:17; (2) Lucas 24:27; (3) Lucas 24:44; (4) Juan 5:39; y (5) Hebreos 10:7. Esto significa que ver el Antiguo Testamento cristocéntricamente (es decir, de una manera que se centre en Cristo) no es una mera opción interpretativa. De hecho, para el cristiano, es un imperativo divino. Y, debido a que Cristo es el tema del Antiguo Testamento, la relación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento está inseparablemente conectada en la persona de Jesucristo.
Para mí, esto trae un nuevo nivel de emoción al estudiar el Antiguo Testamento. Debo decirles que el estudio de Cristo en el Antiguo Testamento tiene una historia de causar entusiasmo en la gente. Recuerde que después de Su resurrección de entre los muertos, Jesús se apareció a dos discípulos en el camino a Emaús y les habló acerca de su verdadera identidad: “Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, [Jesús] les declaraba en todas las Escrituras [del Antiguo Testamento] lo que de él decían” (Lucas 24:27; insertos agregados para aclaración). Las palabras de Cristo a los discípulos, en mi opinión, no pueden limitarse en su alcance a las profecías del Antiguo Testamento sobre su futura venida. Sus palabras probablemente incluyeron un recuento de Sus muchas apariciones pre-encarnadas a varias personalidades del Antiguo Testamento. Más tarde, después de que Cristo resucitado partió, los dos discípulos se preguntaron entre sí: “¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras? [del Antiguo Testamento]” (Lucas 24:32; inserción añadida para aclarar). Este corazón ardiente es el derecho de nacimiento de todo cristiano.
El teólogo Lewis Sperry Chafer comentó una vez:
La Biblia, que comienza con las palabras “En el principio Dios” (Gn. 1:1) y cierra con una referencia al “Señor Jesús” (Ap. 22:20-21), es preeminentemente una revelación de Jesucristo. Aunque la Biblia obviamente trata muchos temas, incluyendo la historia del hombre, la existencia de los ángeles, la revelación de los propósitos de Dios para las naciones, Israel y la iglesia, e incluye en su revelación hechos desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura — Jesucristo es revelado como el Centro.*
En otras palabras, toda la Biblia — desde Génesis hasta Apocalipsis — es un “Libro de Jesús”. Podríamos ver Génesis y Apocalipsis como “sujetalibros” en este Libro de Jesús. Lo que comenzó en Génesis llega a buen término en Apocalipsis. Las promesas hechas en Génesis encuentran su cumplimiento final en Apocalipsis. Las cosas que salieron mal para la humanidad en Génesis son redimidas, restauradas y corregidas en Apocalipsis. Y Jesús es el corazón y el centro de todo. Es una cosa increíble para reflexionar.
Considere tan sólo algunas verdades inspiradoras de los libros "sujetalibros" de Génesis y Apocalipsis:
La gran noticia es que podemos experimentar todo esto por lo que Jesús ha hecho por nosotros en la salvación. No podemos ganarlo. No podemos ser “lo suficientemente buenos” para garantizarlo. No podemos hacernos dignos de ello. Pero cada uno de nosotros, todos los pecadores caídos, podemos participar en este gran cambio debido a la salvación que tenemos en Jesús (Efesios 2:8-9). Nunca olvide lo que Jesucristo ha hecho por usted. La Biblia, el “Libro de Jesús”, nos cuenta todo al respecto:
¡Manténganse al tanto! En un próximo artículo, desarrollaré algunas formas específicas en que Cristo se apareció e interactuó con personalidades del Antiguo Testamento en el desarrollo del plan profético de Dios. Para obtener más detalles, lo invito a leer detenidamente mi libro Basic Bible Prophecy: Essential Facts Every Christian Should Know (Profecía Bíblica Básica: Hechos Esenciales Que Todo Cristiano Debe Saber) (disponible en Amazon).
*Lewis Sperry Chafer, Teología Sistemática, vol. 2 (Dallas: Dallas Seminary Press, 1978), p. 399.
Traducido por Donald Dolmus
Ministerio En Defensa de la Fe (www.endefensadelafe.org)
Este artículo apareció en la edición de sept-oct 2021 de la revista Lamplighter: