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jueves, 18 de mayo de 2017

Libro: Confiando en Dios — Capítulo 7

Luchando con Dios 

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Aunque el trabajo que me habían ofrecido era excepcional, tenía algunas fuertes reservas sobre él. La universidad estaba relacionada con una denominación que tenía una reputación muy liberal. No podía entusiasmarme en recaudar dinero para para ayudar a la propagación del liberalismo teológico.

Planteé este punto al nuevo presidente de la universidad, que me había ofrecido el trabajo. Me aseguró que la escuela no compartía el punto de vista liberal de la denominación que la apoyaba. “Estamos ubicados en una zona conservadora”, señaló, “y debemos mantener una postura conservadora si queremos atraer el apoyo de las iglesias que nos rodean”.

Una Experiencia en el Desierto

Pronto iba a descubrir que, en religión, así como en la política, los términos “conservador” y “liberal” son altamente subjetivos. Rápidamente me di cuenta que lo que el presidente de la universidad consideraba “conservador”, no era para mí más que puro liberalismo.

Debido a que sospechaba desde el principio, me negué a trasladar a mi familia a Oklahoma. Decidí conseguir un apartamento y comprobar la situación. Durante los siguientes seis meses viví solo, viajando a Dallas los fines de semana.

No me di cuenta de ello en el momento, pero Dios me había maniobrado exactamente hasta el lugar donde Él me quería — solo y aislado —. Él estaba determinado a obtener toda mi atención. Él me había preparado para una experiencia en el desierto. 

Confundido Otra Vez

La desilusión con el nuevo trabajo se estableció casi en el momento en que llegué al campus. La escuela había sido completamente secularizada. Estaba relacionada con la iglesia sólo de nombre. Los profesores de religión se burlaban abiertamente de la Biblia. Los fundamentalistas eran ridiculizados. Mis peores sospechas demostraron ser ciertas.

Estaba desconcertado de nuevo. ¿Por qué Dios me había dirigido a este lugar? Estaba bordeando la desesperación, cuando decidí ponerme de rodillas. Comencé a orar con un celo que nunca antes había experimentado.

Cada noche derramaba mi corazón ante Dios. “Oh Señor, ¿por qué estoy aquí? Estoy tan solo, tan vacío, tan confundido. ¿Cuál es tu voluntad para mí? ¿Qué debo hacer para recibir la paz? Ten misericordia de mí, oh Señor. Ten misericordia. Muéstrame lo que quieres que haga. Estoy cansado de huir de Ti. Estoy agotado de estar fuera de Tu voluntad. Cierra todas las puertas que no quieres que pase. Deja abierta sólo la puerta por la que quieres que entre, y luego dame el valor y fe para pasar por ella. ¡Por favor, querido Dios, muéstrame Tu voluntad!”.

Noche tras noche continué orando y llorando delante del Señor. Finalmente, una noche, estaba tan exhausto que me callé y simplemente me arrodillé junto a mi cama en silencio. Fue entonces cuando escuché la voz de Dios — no audiblemente —. Era su Espíritu testificando al mío. El mensaje era claro y preciso: “Renuncia a tu trabajo. Abandónalo en fe y predica, ‘Jesús viene pronto’. Predica, ‘Huyan de la ira venidera’”.

Un Mensaje Desafiante

Era un mensaje de “buenas noticias, malas noticias para mí. La buena noticia era el llamado a predicar la pronta venida de Jesús. El Espíritu Santo me había conducido a un estudio intensivo de la profecía bíblica, que me había llevado a la conclusión de que estamos viviendo en la época del regreso del Señor. El mensaje era fuerte en mi corazón. De hecho, como Jeremías, estaba ardiendo en mi pecho (Jeremías 20:9). Era un mensaje que ardientemente quería proclamar. 

La mala noticia era que el Señor quería que lo hiciera por fe. Eso me mató del susto. Había enseñado mucho acerca de la fe y había predicado sobre la fe. Pero en realidad nunca había hecho algo por fe. Descubrí que hay un salto entre predicar y hacerlo. 

Así que, en vez de decir, como Isaías, “Heme aquí Señor, envíame”, comencé a poner excusas como lo hizo Moisés cuando dijo, “Heme aquí Señor, envía a Aarón”. Di rodeos por todo el lugar.

“Pero Señor”, dije, “¿cómo me voy a mantener? Todavía estoy pagando la deuda de mi negocio. Y tengo una hija que está a punto de comenzar la universidad. ¿Cómo pagaré su matrícula?”.

Las excusas siguieron una tras otra. Bombardeé al Señor con preguntas. La única respuesta que recibí fue la misma orden: “Renuncia a tu trabajo. Abandónalo en fe y predica, ‘Jesús viene pronto’. Predica ‘Huyan de la ira venidera’”.

El Señor no estaba interesado en mis preguntas. Su única preocupación era mi obediencia.

Continuando Resistiendo

Pero no estaba listo para obedecer. Quería luchar. Intenté mi viejo truco de un arreglo. “Está bien, Señor”, dije, “Te encontraré a medio camino. Hallaré una iglesia donde pueda predicar. De esa forma tendré un ingreso asegurado. Luego saldré durante la semana a otras Iglesias y proclamaré el pronto regreso de Tu Hijo”.

El Señor no estaba impresionado. Su única respuesta fue una pregunta: “¿Es eso fe?”. Sabía que no lo era. Pero no tenía la fe para hacer lo que Él quería que hiciera. Seguí luchando con Él. 

Cuando recuerdo la lucha y considero mi increíble terquedad y mi falta de fe, sólo puedo alabar a Dios por ser tan paciente y lleno de benignidad. En lugar de lavarse Sus manos de mí con disgusto, comenzó a darme una confirmación sobrenatural de Su voluntad para mi vida. Esa confirmación iba a cambiar radicalmente mi vida, al impulsarme al centro de Su voluntad.

Traducido por Donald Dolmus

Estimado lector: Sus contribuciones voluntarias serán de gran ayuda para que este libro sea traducido en su totalidad al español. Si siente de parte de Dios apoyar este proyecto, escríbame a mi correo electrónico, para indicarle cómo podrá hacerlo.

martes, 16 de mayo de 2017

Libro: Confiando en Dios - Capítulo 6

Descubriendo a Dios

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Dios había conseguido mi atención, pero todavía no me tenía. Durante mis años de huir del Señor, había desarrollado muchas actitudes, pensamientos y hábitos pecaminosos. Estaba en esclavitud al orgullo y la lujuria. Luchaba diariamente con un mal temperamento. Todavía soñaba con el éxito mundano. 

Todavía tenía un largo camino por recorrer, antes de que pudiera convertirme en un siervo útil del Señor. Tenía que conocer a Dios como un Dios personal, cariñoso y poderoso. Tenía que llegar a conocerme a mí mismo — a realmente conocerme — al afrontar honestamente mis faltas. Tuve que aprender cómo entregarme a la voluntad de Dios y, luego, cómo vivir en el poder de Su Espíritu más bien que en el poder de mi carne.

Viendo la Biblia de Manera Diferente

El Señor comenzó el proceso al darme un apetito insaciable por Su Palabra. Había crecido en una iglesia que creía en la Biblia. Teológicamente proclamábamos a la Biblia como la revelada Palabra de Dios, y permanecíamos bajo la autoridad de las Escrituras. Pero, en la práctica, poníamos nuestras tradiciones por encima de la Palabra. Jugábamos con la Escritura. 

Cuando la Palabra contradecía nuestras doctrinas, espiritualizábamos o dispensacionalizábamos el pasaje. La espiritualizábamos diciendo que el pasaje no significaba lo que decía. La dispensacionalizábamos argumentando que el pasaje había dejado de ser válido al final del Siglo I. 

También solíamos usar la Biblia como un manual de debate. En lugar de leerla para buscar la verdad o simplemente para permitir que el Espíritu Santo ministrara nuestros corazones, nos acercábamos a ella como si fuera el Código Anotado de Texas. Buscábamos por textos de prueba para justificar nuestras doctrinas y para demostrar que otros estaban equivocados. Cuando empecé a leer la Biblia de nuevo, el Espíritu me dirigió a leer de una manera diferente. En lugar de buscar por textos de prueba, me encontré leyendo por el puro placer de ello. Mientras leía, comencé a hacer algunos descubrimientos sorprendentes. Por ejemplo, la profecía comenzó a tener sentido, si sólo creía lo que decía. 

De hecho, toda la Biblia empezó a tener más sentido para mí, cuando comencé a aceptar que significaba lo que decía y como aplicable para mí hoy. Como un académico entrenado, siempre me había acercado a la Biblia como literatura para ser analizada, categorizada y teologizada. Ahora me daba cuenta que ella fue escrita para ser creída y obedecida.

Fue difícil, pero empecé a dejar de lado la racionalización, la espiritualización, y la dispensacionalización. Cuando lo hice, descubrí que la Palabra comenzó a transformarme. Por primera vez, mis ojos fueron abiertos a mis propios defectos en lugar de los defectos de los otros. Una y otra vez fui tuve que ponerme de rodillas en arrepentimiento. La Palabra se convirtió en un espejo espiritual que reflejaba mis insuficiencias comparadas con la perfección de Jesús.

Viendo a Dios de una Nueva Manera

También comencé a descubrir algunas cosas importantes acerca de Dios. La primera y la más importante fue la revelación de que Él es el mismo ayer, hoy y siempre (Malaquías 3:6 y Hebreos 13:8).

¡Qué descubrimiento fue para mí! ¡Dios no se había jubilado! Él está vivo. Él sigue siendo el mismo Dios revelado en la Biblia — a Dios que es soberano, personal, amoroso, cariñoso, poderoso y quien todavía interviene en la historia, en respuesta a la fe de aquellos que le buscan —. Apenas podía contener mi alegría. 

Saboreando la Disciplina del Señor 

La Palabra no fue mi único maestro durante esos días difíciles después de mi fracaso empresarial. También fui formado y moldeado por la disciplina del Señor. 

Después de que vendí todos los activos de mi negocio, aún le debía al banco $60,000. Negocié un acuerdo para pagar esa deuda al aceptar pagar al banco un mínimo de $1,000 al mes. Esa obligación significaba que mi familia y yo íbamos a tener que aprender a vivir con un ingreso muy reducido. Todo nuestro estilo de vida fue transformado casi de la noche a la mañana. 

Antes del fracaso del negocio, mis ingresos habían ido en aumento rápidamente casi cada año. Pero, como la mayoría de los estadounidenses cautivados por el materialismo, no importaba lo mucho que ganara, no era suficiente. Siempre necesitaba una casa más grande o un carro más amplio. De repente, teníamos que aprender a vivir con un estilo de vida frugal. La mayor parte de lo que ganaba cada mes era para pagar la deuda. Así que vivimos principalmente del ingreso de mi esposa como una maestra de primer grado. 

Era la disciplina del Señor. No era fácil, pero era otra experiencia espiritualmente transformadora. Fuimos liberados del materialismo. Aprendimos a vivir sencillamente, a cómo contar nuestras bendiciones, a cómo estar satisfechos con lo que teníamos. Comenzamos a aprender sobre cómo confiar en el Señor para proveer para nuestras necesidades básicas.

Jugando al Cristianismo

Pero todavía éramos más o menos lo que yo llamaría “cristianos culturales”. Con esto quiero decir que mi esposa y yo habíamos nacido en familias cristianas, criados en la Iglesia, y considerábamos a los valores cristianos como una parte integral de nuestras vidas. Íbamos a la iglesia regularmente y nos asegurábamos que nuestros hijos estuvieran involucrados en todas las actividades de la iglesia. En resumen, éramos una típica familia estadounidense que va a la iglesia. 

El problema con eso es que no éramos discípulos del Señor comprometidos. Como la mayoría de los cristianos, habíamos aceptado a Jesús como Salvador, pero no como Señor. Habíamos recibido Su Espíritu en nuestras vidas, pero nunca habíamos liberado el poder del Espíritu. Para mí, el Espíritu era un residente, pero no el presidente. Él residía, pero no presidía. Mi ego estaba en el trono de mi vida. 

Todavía necesitaba mucha disciplina del Señor. Comencé a saborearla cuando decidí dar un paso más en la dirección de la voluntad del Señor para mi vida. Había estado predicando a tiempo parcial los fines de semana para una iglesia en Irving, Texas. Cuando el negocio colapsó, me pidieron que me convirtiera en su pastor de tiempo completo. Estuve de acuerdo.

Moviéndome un Paso más Cerca

Por fin, había cedido a la voluntad del Señor para mi vida. Esperaba ser bendecido poderosamente. Esperaba recibir la paz interior que desesperadamente deseaba. Me esperaba una sorpresa.

Debía aprender que el Señor no podía ministrar efectivamente a través de mí porque todavía no me había rendido completamente a Él. Había renunciado a mi carrera, pero no a mí mismo. Todavía tenía mucho pecado en mi vida con el cual me negaba a lidiar. Todavía quería hacer las cosas a mi manera.

Traté de dirigir la iglesia como si dirigiera una universidad o un negocio. Fijé metas, organicé comités e intenté manipular a las personas para que hicieran lo que yo quería. Estaba involucrado en enfrentamientos constantes. 

No estaba lleno del Espíritu. No sabía nada acerca de los dones espirituales. Yo operaba en la carne. Era todo lo que sabía hacer. 

Dios, en Su misericordia, me bendijo de muchas maneras durante los tres caóticos años que serví a esa iglesia. Como dije antes, Él me sumergió en la Palabra. Él comenzó a abrir mis ojos a las cosas del Espíritu. Él comenzó a tratar con el pecado en mi vida. Por medio de todo el conflicto, Él me enseñó más acerca de Sí Mismo, de mí y de otras personas. 

Padeciendo una Crisis Familiar

Cerca del final de ese ministerio, probé la disciplina del Señor de nuevo en un evento traumático que involucró a nuestra hija menor. Ella se involucró con las drogas. Toda su personalidad cambió. Se volvió temperamental y tempestuosa. Su trabajo escolar decline. Las discusiones familiares se volvieron más frecuentes. 

Todos los signos de la participación en drogas estaban allí, pero no los reconocimos. No pudimos comenzar a concebir que una de nuestras hijas podría estar teniendo problemas con las drogas. Esa fue la clase de pesadilla que afligía a otras familias, no a la nuestra. Pero sí nos afligió. Un día culminó con nuestra hija huyendo de casa. Ella sólo tenía 16 años. Desapareció por completo. Durante tres meses no supimos si estaba viva o muerta.

Durante esos horribles días de espera y duda — días de llanto y de búsqueda — Satanás nos atacó con todo lo que podía usar. Fuimos abrumados por la autocondenación. Nos sentimos juzgados y censurados por algunos de nuestros amigos. Cada reportaje parecía contener una historia de horror acerca de la muerte por mutilación de alguien que se había fugado de casa. Un documental especial de la televisión indicó que la mayoría de las chicas terminaban como prostitutas.

Nos sentíamos totalmente impotentes. En nuestra impotencia, nos volvimos a Dios como nunca antes. Mi esposa y yo uníamos nuestras manos y nos poníamos de rodilla, y clamábamos a Dios por misericordia. Admitimos nuestra incapacidad para hacer frente a la situación y, como niños pequeños, clamábamos a nuestro Padre por ayuda.

Una Transformación Espiritual

Mientras nos vaciábamos de nosotros mismos y nos humillábamos delante del Señor, experimentamos la llenura de Su Espíritu. Recibimos una paz que estaba más allá de la comprensión humana. Teníamos la seguridad de que nuestra hija estaba en Sus manos y que todo saldría bien, si tan sólo nos apoyáramos en el poder de Su Espíritu y confiáramos en Su misericordia.

Mi esposa y yo estábamos más cerca uno del otro. Resentimientos prolongados se evaporaron. La mezquindad se disipó. El amor fue renovado. Dios estaba obrando poderosamente por medio de una tragedia para sanar nuestro matrimonio y para renovar y profundizar nuestra relación con Él. 

Nuestra hija fue encontrada vivita y coleando, viviendo y trabajando en una pequeña ciudad en Indiana. Habíamos camino por el valle de sombra de muerte y descubrimos que el Señor camina contigo cada paso del camino si tan sólo se lo permitimos. 

Sintiéndome Confundido

Mi experiencia con la llenura del Espíritu me motivó a iniciar un estudio intensivo del Espíritu Santo y de los dones espirituales. No me tomó mucho tiempo descubrir que yo no tenía los dones espirituales para ser pastor. No tenía el corazón de un pastor. No tenía el amor y la paciencia para pastorear un rebaño del pueblo de Dios.

Para cuando hice ese descubrimiento, ya estaba agotado por operar en la carne y terriblemente confundido. ¿Por qué Dios me había llamado al ministerio sin darme los dones para ser un ministro efectivo? Simplemente no podía entenderlo. Había huido del Señor tan rápido como pude correr durante casi 20 años. Entonces, cuando dejé de correr y cedí a Su voluntad, Él permitió que fallara de nuevo. ¿Era Él una especie de sadista cósmico?

Decidí abandonar todo el asunto. Renuncié con disgusto y regresé a mi carrera en la educación superior, y acepté una posición como vicepresidente de desarrollo de una universidad privada, relacionada con la iglesia en Oklahoma. 

Decidí que había malinterpretado a Dios. No lo había hecho. Dios simplemente había estado tratando de enseñarme algunas cosas que desesperadamente necesitaba saber si alguna vez iba a ser un siervo efectivo Suyo. 

Ahora Él me estaba preparando para ponerme a través de una experiencia del desierto, que estaba designada a moverme al centro de Su voluntad. 

Lea también:
»» Capítulo 5
»» Capítulo 7


Traducido por Donald Dolmus

Estimado lector: Sus contribuciones voluntarias serán de gran ayuda para que este libro sea traducido en su totalidad al español. Si siente de parte de Dios apoyar este proyecto, escríbame a mi correo electrónico, para indicarle cómo podrá hacerlo.

lunes, 15 de mayo de 2017

Libro: Confiando en Dios - Capítulo 5

Un Milagro Transformador

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Esto es lo que pasó. A la mañana siguiente fui a la tienda y comencé a llamar tratando de encontrar a un comprador para mis accesorios. Estaba de pie en el mostrador hablando por teléfono, cuando oí un golpe en la puerta principal. Me di vuelta y miré la puerta de cristal y vi a un hombre y una mujer orientales de pie allí. El hombre sonreía de oreja a oreja. Señalé el cartel que colgaba en la puerta y les di la espalda a la pareja. El letrero decía, “Cerrado: Saliendo del Negocio”.

El hombre volvió a tocar. Me enojé. ¿No podía este hombre leer? ¿Por qué tenía esa gran sonrisa en su rostro? Lo último que quería ver era a una persona feliz. La miseria realmente ama la compañía.

Puse el teléfono, fui a la puerta, la abrí cerca de una pulgada y grité, “¿No pueden leer? ¡Está cerrado!”. “Oh, sí señor”, respondió él, “Sé que está cerrado. Estoy interesado en comprar sus accesorios”.

“¡Oh!”, respondí. “Entren. Entren”.

Cerré la puerta con llave y volví al teléfono, mientras el hombre y la señora orientales miraban alrededor de la tienda. Cuando terminé de hablar, el hombre se acercó a mí, todavía sonriente, y dijo, “Gracias, estimado señor, por permitirme ver su tienda”. Era casi nauseabundo en su cortesía. Continuó sonriendo y comenzó a inclinarse en estilo oriental. ¡Luego comenzó a disculparse! “Lo siento mucho, estimado señor, pero no tiene accesorios que me interesen”.

Una Pregunta de Sondeo

Los escolté a la puerta. La señora salió pero, cuando el hombre llegó a medio camino de la puerta, de repente se detuvo, se volvió hacia mí y dijo, “Discierno que está turbado en el espíritu. ¿Quiere hablar acerca de ello?”.

Hable de enojarse. Yo estaba furioso. ¿Quién se creía que era este tipo? Le respondí en mi “mejor” manera cristiana, “¿Qué le importa?”.

“Bueno”, respondió, “supongo que, por la naturaleza de esta tienda, usted debe ser un cristiano. Yo también lo soy. Y discierno que necesita ser ministrado. ¿Le importaría si compartiera con usted lo que Jesucristo ha hecho por mí en mi vida?

No quería oír su historia. Quería que se fuera. Pero, ¿qué le iba a decir? Es como cuando alguien pregunta si pueden orar por ti. Puede que no quiera que lo hagan, pero odia decir que no. 

“Estoy muy ocupado”, dije, mientras miraba mi reloj con irritación.

“No tomará más que un momento”, contestó. Él sonrió de nuevo.

“Está bien, está bien”, dije, “pero que sea rápido”.

Se volvió y le dijo algo a la señora en un idioma extranjero, y ella se fue. Volví a cerrar la puerta, y fuimos a mi oficina. Cuando nos sentamos en el sofá, puso su brazo alrededor de mí y comenzó a palmear mi hombro con simpatía. Una vez más, yo estaba indignado. ¿Quién se cree este tipo que es? Apenas me conoce, y tiene su brazo alrededor de mí. 

Pero pronto olvidé mi ira cuando comenzó a contar su historia.

Una Historia Fascinante

“Cuando yo era un pequeño niño, mi padre vino a casa un día con terror en sus ojos. ‘Vienen los comunistas’, dijo, ‘y van a matarnos porque somos cristianos devotos’”.

“Nos dijo a cada uno que tomáramos dos fundas de almohadas y que fuéramos a la sala. Comenzó a correr por toda la casa recogiendo objetos que amontonó en el centro del piso. ‘Pongan éstos en las fundas”, dijo, ‘ y aten las puntas’”.

“Éramos una familia muy rica, pero todo lo que llevamos con nosotros ese día fue lo que pudimos meter en esas fundas de almohadas. Huimos hacia la selva, y nos arrojamos al Señor porque no sabíamos cómo sobrevivir en la selva. Éramos 12 en total. Vagamos sin rumbo clamando a Dios para que nos salvara”.

“Finalmente, después de tres semanas, llegamos de Hanói a Saigón, y nos regocijamos por la liberación del Señor”.

Una Repetición del Milagro

“Empezamos de nuevo nuestra vida. Muchos años después, llegué a casa un día a mi familia y mis padres ancianos con esa misma mirada de terror en mis ojos. ‘Tomen las fundas de las almohadas’, grité. Los comunistas vienen de nuevo”.

“Verá, yo era un traductor en la embajada norteamericana. Había sido informado de que la embajada no pudo arreglar que mi familia saliera del país. Yo no me iría sin ellos. Así que, una vez más, tuvimos que huir. Sabía que si nos quedábamos, seríamos ejecutados, porque yo había trabajado para los estadounidenses”.

“Huimos al delta del Mekong y, de nuevo, empezamos a clamar a Dios por la liberación. Después de vagar durante varios días, logramos llegar al Mar del Sur de China, donde descubrimos un barco lleno de refugiados a punto de partir. ¡Dios nos había salvado una segunda vez!”.

“Pero, cuando el barco salió al mar, comenzó a hundirse. Había demasiados personas en él. Algunas personas entraron en pánico y comenzaron a empujar a otras por la borda. Algunos incluso lanzaron a sus hijos en el mar. Nos pusimos de rodillas y comenzamos a clamar a Dios. Pronto, un buque mercante apareció y tomó a los sobrevivientes a bordo. ¡Dios nos había salvado una tercera vez!

“Fuimos llevados a Filipinas, donde fuimos puestos con miles de otros refugiados en un tipo de campo de concentración. Comenzamos a orar para que Dios nos diera un nuevo hogar. Un año después, llegaron las noticias de que estábamos siendo adoptados por una iglesia bíblica en Dallas, Texas. Dios nos salvó una cuarta vez”.

“Así que aquí estamos en una nueva tierra, comenzando nuestras vidas. Dios es muy bueno. Él nos ama, y responde a nuestras oraciones. Apóyese en Él. Él le librará”.

Una Actitud Cambiada

Miré al hombre con lágrimas en mis ojos. Antes de que lo supiera, tenía mis brazos alrededor de él, abrazándolo en agradecimiento por insistir en compartir una historia que no había querido oír.

Cuando se fue, todo había cambiado. Sin embargo, nada visible había cambiado. Todavía tenía un negocio fallido. Todavía le debía al banco $100,000. Lo que había cambiado era yo. Ya no me sentía deprimido. Ya no me estaba revolcando en autocompasión. Tenía esperanza. Sabía en mi alma que Dios había oído mi oración y que había enviado a ese hombre para asegurarme que, si confiaba en el Señor, todo saldría bien. Dios había usado a un hombre oriental del otro lado del mundo, para quitar mis ojos de mí mismo y ponerlos en Su Hijo.

No tenía problemas comparados con los problemas que ese hombre había enfrentado. Si Dios pudo resolver sus problemas, seguramente podría encargarse de los míos. 

Traducido por Donald Dolmus

Estimado lector: Sus contribuciones voluntarias serán de gran ayuda para que este libro sea traducido en su totalidad al español. Si siente de parte de Dios apoyar este proyecto, escríbame a mi correo electrónico, para indicarle cómo podrá hacerlo.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Libro: Confiando en Dios - Capítulo 4

Acudiendo a Dios

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El punto es que, mientras estaba allí ese día a mediados de los años 70, frente a la escalofriante realidad de un negocio fallido y una deuda de $100,000, no tenía poder espiritual alguno que me ayudara a hacer frente a la crisis.

Permítame retractarme. Sí tenía el poder, ya que había recibido a Jesús como mi Salvador muchos años antes, y ese día había recibido el poder interior del Espíritu Santo. Pero yo no lo sabía. Nunca me había enchufado a la corriente. Nunca había liberado el poder del Espíritu en mi vida. En cambio, había sofocado y apagado el Espíritu.

Pensaba que el Espíritu era un libro. No me daba cuenta que el Espíritu es una personalidad, que el Espíritu es la presencia sobrenatural de Dios en el mundo hoy, y que Él habita dentro de los creyentes. Podía recitar los cinco pasos de lo que nuestra iglesia llamaba “El Plan de Salvación”. También podía recitar lo que llamábamos “Los Cincos Actos de la Adoración”. Podía darle capítulo y versículo para justificar varias docenas de nuestras doctrinas preferidas. Pero no tenía poder alguno para lidiar con un fracaso empresarial y una deuda de $100,000.

Revolcándome en Autocompasión

Así que hice lo único que sabía hacer — me regodeé en autocompasión —. Y cuando lo hice, me hundí más profundo en el foso de la depresión.

Finalmente me sentí tan desalentado, que decidí suicidarme. Sentí que no podía enfrentar la desgracia y el dolor de tal fracaso. Además, estaba enojado con Dios. ¿Cómo pudo defraudarme tan miserablemente cuando había, por fin, dignado a encontrarlo a medio camino? En mi emocionalmente  razonamiento pervertido, decidí que, al quitarme la vida, ¡le enseñaría una lección a Dios! Sé que eso suena raro, pero cuando estás profundamente deprimido, no piensas muy claramente. 

Durante varios días planeé mi desaparición. Justo cuando tenía todo planeado cuidadosamente, de repente tuve un extraño pensamiento: ¿”Por qué no probar a Dios?”. Ése era un pensamiento extraño para mí porque no creía en un Dios personal o poderoso. Mirando hacia atrás hoy, sólo puedo concluir que el pensamiento debió haber venido de la agitación del Espíritu dentro de mí. Yo había apagado el Espíritu, pero Él todavía estaba ahí y, como Gasparín, estaba intentando ministrarme en mi momento de necesidad.

Traté de suprimir el pensamiento, pero no se iba. Una y otra vez venía a mí: “¿Por qué no probar a Dios”.

Pidiendo Ayuda

Finalmente decidí seguir el impulse. Tomé el teléfono y llamé a varios amigos. Les pedí que vinieran a mi casa. Cuando llegaron, les expliqué mi aprieto y les pedí que oraran por mí. Uno por uno oraron. Sus oraciones eran sin vida e incrédulas. Ellos, al igual que yo, no creían en un Dios personal y poderoso.

Mientras oraban con monotonía, me puse agitado. “Esto no servirá”, interrumpí. “Ninguno de ustedes está orando con propósito. No entienden. ¡Necesito un milagro! Probemos de nuevo y, esta vez, ¡oren con algo de fe! Apenas podía creer que esas palabras salieron de mi boca. Pero sí lo hicieron. Mis amigos comenzaron a orar de nuevo, esta vez con cierto fervor. 

Dios hizo el milagro a la mañana siguiente, y transformó mi vida. Usted podría empezar a conjeturar ahora mismo y conjeturar hasta que el Señor regrese, y nunca imaginaría la forma en la que Dios respondió a nuestras oraciones. 

Siendo Formado por Dios

Verá, cuando Dios responde a un clamor de ayuda, lo hace de una manera que siempre está diseñada para ministrar primero al hombre interior, a la naturaleza espiritual. No es que Él no se preocupe por el hombre físico, y el dolor físico y emocional; es sólo que Sus prioridades son diferentes a las nuestras. Queremos ser ministrados de afuera hacia adentro. Él nos ministra de adentro hacia afuera, debido a que éste es la única clase de ministerio que tiene efectos duraderos. 

Si usted fuera a adivinar cómo el Señor respondió a nuestras oraciones, lo más probable es que supondría que algún hombre entró a mi tienda la mañana siguiente y ofreció comprar el negocio por $100,000. Eso hubiera sido realmente excepcional, pero no hubiera tenido un efecto transformador sobre mí. Probablemente lo habría considerado como una “coincidencia”, en lugar de reconocerlo como una respuesta a la oración. Muy probablemente, hubiera suspirado con alivio y seguido en mi camino de tratar de encontrar a Dios a medias. 

Dios respondió mi oración milagrosamente, pero lo hizo de una manera diseñada para llamar mi atención, para convencerme de que Él es verdaderamente un Dios personal y poderoso que está en el trono, escucha oraciones, y todavía realiza milagros. También usó un método que estaba diseñado a transformarme más a la imagen de Su Hijo. 

Lea también:
»» Capítulo 3
Traducido por Donald Dolmus

Estimado lector: Sus contribuciones voluntarias serán de gran ayuda para que este libro sea traducido en su totalidad al español. Si siente de parte de Dios apoyar este proyecto, escríbame a mi correo electrónico, para indicarle cómo podrá hacerlo.

martes, 2 de mayo de 2017

Libro: Confiando en Dios - Capítulo 3

Limitando a Dios

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Necesitaba desesperadamente a Dios. Pero no sabía cómo llegar a Él.

Había crecido en una iglesia legalista y sectaria. Creíamos que éramos los únicos que teníamos la verdad. Creíamos que el resto del así llamado “mundo cristiano” estaba terriblemente engañado. Los condenábamos al infierno y creíamos que se lo merecían porque, después de todo, ¡no estaban de acuerdo con nosotros!

Creíamos que la Biblia era la Palabra de Dios, pero no creíamos en el Dios que estaba revelado en la Biblia. Nuestro Dios era el Dios de la Nostalgia. Él era el “Gran Anciano en el Cielo”. Él era un Dios que una vez realizó hechos poderosos en los tiempos del Antiguo y Nuevo Testamentos — pero que se quedó sin gasolina al final del Siglo I . Él ya se había jubilado. La era de los milagros había cesado. 

Poniendo a Dios en una Caja

Si quería experimentar a Dios, tenía que ir a ver una película como Los Diez Mandamientos, en Technicolor y Panavision, con un elenco de miles. Me sentaría ahí en asombro, mientras presenciaba a Cecil B. DeMille recrear los milagros de Dios dividiendo el Mar Rojo, guiando a los hijos de Israel con una nube y alimentándolos con maná. Conduciría a casa con escalofríos, anhelando un Dios así hoy — un Dios de poder que estaba preocupado por mí y mis problemas —.

Pero no creía en tal Dios. Mi Dios era un Dios impersonal que tenía cosas más importantes de qué preocuparse que de mis problemas. Además, incluso si estuviera preocupado, Él no podría hacer nada, porque ya no intervenía en los asuntos humanos — excepto, por supuesto, ¡molestarme para que predicara! —. 

Mi iglesia había rechazado más que el poder de Dios. Habíamos dejado de lado todo el ámbito de lo sobrenatural. No creíamos en demonios o ángeles. ¡Ellos también se habían retirado al final del Primer Siglo!

No sabíamos nada acerca de la guerra espiritual. Pensábamos que nuestra lucha era con carne y sangre. No sabíamos nada acerca del poder de la Palabra, el poder de la oración o el poder del nombre de Jesús. 

Toda nuestra fe era en tiempo pasado — dirigida a la Cruz —. Nuestra fe no se relacionaba con el presente o el futuro. Con respecto al presente, nuestra actitud era que Dios nos había dado un libro de reglas y la mente. Teníamos que seguir las reglas y usar nuestras mentes para lidiar racionalmente con los problemas de la vida.

Nuestra fe no se relacionaba con el futuro debido a que ignorábamos la Palabra Profética de Dios. También, estábamos atrapados en una salvación por obras y, por lo tanto, estábamos todos inseguros acerca de nuestro destino eterno. El futuro era desconocido. Tratábamos de no pensar en ello. 

Viviendo en un Vacío Espiritual

Nuestra fe estaba realmente en nuestra iglesia. Confiábamos en la iglesia porque se nos dijo que nuestra iglesia tenía la razón en todo. Nos enorgullecíamos de nuestra iglesia. Nos alegrábamos en derribar otras iglesias. 

Éramos polemistas. Nos gustaba demostrar que las otras personas estaban equivocadas. A los 15 años, tenía páginas en la parte de atrás de mi Biblia, que estaban designadas para cada grupo denominacional importante. Teníamos un celo de demostrar que teníamos la razón en todo. 

Esto era antes de los días de la radio y la televisión cristianos, y de las librerías cristianas. Nuestros ministros podían mantenernos aislados del resto del mundo. Hablábamos sólo entre nosotros mismos.

Clasificando al Espíritu Santo

Otro aspecto de nuestro rechazo de lo sobrenatural era nuestro tratamiento del Espíritu Santo. Principalmente ignorábamos al Espíritu. Nuestros predicadores sentían que cualquier énfasis en el Espíritu conduciría a un “peligroso emocionalismo”. El Espíritu Santo era el gran tema tabú de nuestra comunidad. 

Esto me causó algunos problemas serios cuando era niño. La única versión de la Biblia que usábamos era la King James. Ésta usaba el término “Holy Ghost” (que traducido al español sería Fantasma Santo). Esto era confuso para mí. Sentía como si el Fantasma Santo se suponía que era algo bueno, pero todos los fantasmas de los que había oído hablar, habían sido malos. Yo iba a los campamentos de los Boy Scouts, y nos sentábamos alrededor de la fogata en la noche y contaríamos historias de fantasmas. Éramos buenos en eso porque, ¡todos acabaríamos durmiendo en la misma tienda!

Me preguntaba cómo un fantasma podía ser bueno. Un sábado por la mañana, cuando tenía unos 12 años encontré la respuesta. Me subí a un autobús en Waco, Texas, donde crecí y me fui al centro al Teatro Strand, donde pagué nueve centavos para ver una doble matiné de vaqueros. Entre las películas metieron una serie y una caricatura.

Mientras miraba la caricatura esa mañana, mi teología del Espíritu (Fantasma) Santo se cristalizó repentinamente. La caricatura era, “Gasparín, el Fantasma Amistoso”. Se me ocurrió que el (Espíritu) Fantasma Santo era como Gasparín — siempre ahí para ayudarte, para levantarte, para sacudirte el polvo, para animarte, y para ayudarte a ganar tus batallas —.

Nunca tuve más problemas con el Espíritu (Fantasma) Santo hasta que tuve 16 años. A esa edad, todos los chicos de mi iglesia pasaban por un rito de iniciación llamado “Clase de Capacitación Bíblica para Jóvenes”. Se nos enseñaba cómo orar, enseñar, servir la comunión y demostrar que un metodista iba al infierno.

Causé un gran revuelo la noche que estudiamos al Espíritu Santo. El maestro comenzó preguntando, “¿Quién puede identificar al Espíritu Santo?”.

Aproveché la oportunidad. “El Espíritu  Santo”, espeté, “¡es como Gasparín, el Fantasma Amistoso!”.

Casi recibí el pie izquierdo del compañerismo esa noche. El maestro me puso a mecate corto. Me dijo en términos inequívocos que Gasparín no tenía nada que ver con el Espíritu Santo. “El Espíritu Santo”, explicó, “es la Biblia”. 

Así es. Se nos enseñaba que el Espíritu Santo es un objeto inanimado — un libro —. Si queríamos obtener el Espíritu, tendríamos que memorizar el libro. Cuanto más versos nos comprometiéramos a memorizar, cuanto más del Espíritu recibiríamos. 

Lea también:
»» Capítulo 2

Traducido por Donald Dolmus

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Libro: Confiando en Dios - Capítulo 2

Encontrando a Dios a Medias



Mi papá no estaba muy entusiasmado con el tipo de negocio que yo tenía en mente. Él habría preferido algo más práctico, como una distribuidora de suministros de plomería.

Pero me animó a dar el paso. Mi hermano menor ya era un exitoso empresario. ¡Papá sintió que por fin podría haber alguna esperanza para mí!

Esperando Agradar a Dios

Me preocupaba más la reacción de mi Padre Celestial, porque lo que yo quería más que nada en el mundo era paz interior. Sabía que ella sólo podía provenir de Dios.

No sabía nada en esos días acerca de cómo buscar la voluntad de Dios. Sólo sabía que Dios me había llamado a ser un ministro, e imaginé que Él saltaría de alegría cuando finalmente dejé de huir de Él y di un paso en Su dirección, al iniciar un negocio relacionado con la iglesia. 

Estaba equivocado. Iba a descubrir de la manera difícil que Dios no está interesado en que lo encontremos a medio camino. Él ha ido más que a la mitad del camino al enviar a Su Hijo a morir por nuestros pecados. Él espera que nos entreguemos plenamente, no parcialmente, a Su voluntad. Pero no lo entendía entonces. 

Salté al proyecto con gran entusiasmo. Creí que éste tenía que tener éxito, debido que tenía la bendición de mi padre físico y de mi padre espiritual. 

Dando el Paso Decisivo

Pasé un año y medio preparando el negocio. Tuve que encontrar un lugar, comprar un edificio, asegurar los accesorios, revisar las revistas comerciales y ordenar el inventario. Iba a ser la tienda cristiana más grande de Dallas — mucho más que una simple librería —. Íbamos a ofrecer música cristiana, currículos de escuela bíblica, arte religiosa, suministros para la iglesia, batas para coros, baptisterios de fibra de vidrio — lo que se le ocurra —.

Durante el año y medio que tomó iniciar el negocio, no tuve ingresos. Mi esposa y yo vendimos todos los activos que teníamos, incluyendo nuestra casa, para generar el dinero necesario para un negocio tan grandioso. No lo que no podíamos pagar, lo obteníamos a través de préstamos otorgados por el historial crediticio de mi papá. Nunca se me ocurrió empezar con algo pequeño y que luego creciera. No, mi tienda tenía que ser la más grande y la mejor.

La llamé Casa de Renovación. El nombre demostró ser profético, ya que Dios la usó para renovarme.

Operé la tienda durante un año y medio. Nuestro volumen de negocio crecía constantemente cada mes, pero nunca lo suficientemente rápido. Había demasiados gastos generales y demasiado interés de los préstamos. Finalmente, llegó el día en que ya no me quedaba efectivo. Llamé al banco para conseguir más. La respuesta fue “¡No!”.

Experimentando el Fracaso

Nunca olvidaré ese día. Tres años de mi vida — cada momento de ella — habían ido a este proyecto. Ahora me enfrentaba a la bancarrota. El fracaso de nuevo. 

Era más de lo que podía soportar. Me enfermé físicamente. Descendí a un pozo de depresión. 

Unos días más tarde tuve que poner el letrero de “CERRADO” en la puerta principal. Fue un momento difícil. Miré por la ventana el bar homosexual que estaba ubicado justo al otro lado de la calle de mi tienda. La capacidad del lugar se llenaba todas las noches. Estaban nadando en dinero. Yo quería gritar, “¿Por qué a mí, Dios? ¿Por qué no a esa guarida de iniquidad?”. 

Justo en ese momento, el dueño del bar llegó en su Jaguar de cuatro puertas y se estacionó en frente. Usaba un traje costoso. Se detuvo a su coche por un momento, y encendió un cigarro. Era como si satanás estuviera burlándose de mí, diciendo, “¡Mira cómo recompenso a aquellos que me sirven!”.

La angustia emocional se intensificó más tarde ese día, cuando llamé al banco para obtener el total de cuánto debía. La respuesta me aturdió: “El saldo de su préstamo es de $100,000”. ¡Cien mil dólares! Ni siquiera podía imaginar tanto dinero. ¿Dónde lo conseguiría? ¿Cómo podría evitar la bancarrota y la humillación total?

Lea también:

»» Capítulo 1 


Traducido por Donald Dolmus

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sábado, 29 de abril de 2017

Libro: Confiando en Dios - Parte I: La Misión

Parte I

La Misión

“Heme aquí, Señor — ¡Envía a alguien más!” —.


Evadiendo a Dios

Pasé 20 años huyendo tan duro como pude de Dios. Todo comenzó en 1959, cuando me gradué de la Universidad de Texas.

Había cursado la universidad en tres años, y estaba exhausto. Decidí faltar a clases por un año y trabajar para mi papá. Tenía la intención de usar el tiempo para descansar y decidir si iría a la escuela de derecho o a la escuela de posgrado.

Unos días después de que me mudé de regreso a casa, a través de una extraña serie de circunstancias, me encontré sirviendo como el pastor de una pequeña iglesia rural en Groesbeck, Texas. Supe, entonces, que Dios me estaba llamando a ser un ministro.

Pero yo no quería ser un ministro. Yo quería ser un político. Soñaba con ser gobernador o servir en el Congreso. Así que rechacé el llamado del Señor, y lo racionalicé diciendo, “Seré un político para Jesús”. En realidad, yo quería ser una gran cosa para Dave Reagan. 

Empujando al Señor a un Lado

Serví a la pequeña iglesia rural durante un año y luego fui a una escuela de posgrado de Boston para estudiar política internacional. La escuela se llamaba The Fletcher School of Law and Diplomacy (Escuela Fletcher de Derecho y Diplomacia). Era propiedad y era operada conjuntamente por las Universidades Tufts y Harvard.

Hasta ese momento en mi vida había sido muy bendecido. Había nacido en una familia cristiana, criado en la iglesia, recibí una educación sobresaliente, y me había enamorado de una bella joven cristiana con la que me había casado. 

Pero, cuando me fui a Fletcher, comencé a huir del Señor, y mi suerte comenzó a cambiar. No pude obtener mi maestría a tiempo porque no pude pasar el examen de idioma extranjero. Nunca había experimentado dificultades académicas de algún tipo antes en mi vida, y este fracaso fue una píldora amarga. Pero fui obstinado, y persistí. 

Me convertí en uno de los primeros de mi clase en obtener un doctorado. Pero no hallé satisfacción en este logro. De hecho, odié cada momento. Escribir la disertación fue un puro trabajo fastidioso para mí, hasta tal punto que sólo lo he mirado un par de veces desde el día en que lo terminé. Fue simplemente un paso necesario para obtener una tarjeta sindical para enseñar a nivel universitario — un título de doctor —.

En Búsqueda de Propósito

Anhelaba enseñar con gran entusiasmo, creyendo que esto llenaría el vacío que sentía tan fuertemente en mi alma. Pero no lo hizo. Cambié a una carrera en administración académica. Pensé que la vida tendría un nuevo significado si tan sólo pudiera escapar del confinamiento del salón de clases. No lo hizo.

Finalmente, en 1972, decidí dejar la vida académica atrás y buscar el cumplimiento de los sueños de mi infancia. Entré a la política. Me presenté para postularme al Congreso y, de nuevo, a través de una extraña serie de circunstancias, ¡terminé como candidato de la nominación Republicana para gobernador de Texas! Sólo tenía 34 años. Fue una experiencia embriagadora.

También fue una experiencia terriblemente decepcionante. Siempre había estado políticamente motivado por consideraciones altruistas. Soñaba con un gobierno honesto que serviría a las necesidades de la gente. Descubrí que la mayoría de las personas involucradas en la política son impulsadas por motivos egoístas. Tenía mi cabeza en las nubes. Yo hablaba de metas idealistas como revisar la anticuada constitución de Texas. Descubrí que la gente estaba más preocupada por cuestiones de dólares y centavos. 

Una vez más, probé la amargura del fracaso. Quedé en tercer lugar de siete participantes. Me enojé contra Dios en mi corazón. “¿Cómo pudo decepcionarme cuando quería hacer tanto bien en Su nombre”?

Sintiéndome Vacío

Durante los próximos años me concentré en pagar mis deudas de campaña. Regresé a la educación superior y serví como presidente de una facultad, decano de otra y vicepresidente de una tercera. Me mudé casi anualmente, dando poca consideración al efecto de una vida tan nómada sobre mi esposa y mis dos hijas. Todo lo que importaba era mi carrera.

Logré mucho en términos mundanos. Tuve posiciones de prestigio. Gané mucho dinero. Pero no había satisfacción. Me seguí sintiendo vacío por dentro. 

Moviéndome en una Nueva Dirección

Entonces un día tuve una  idea brillante. Decidí entrar en los negocios. Mi papá era un hombre de negocios muy exitoso, y me había instado durante años a salir de la torre de marfil y a vivir en el “mundo real”, al iniciar un negocio. 

De repente se me ocurrió que podría matar dos pájaros con un solo tiro. Podría quitarme a mi padre terrenal de encima al entrar a los negocios. Al mismo tiempo, podría quitarme a mi Padre Celestial de encima al establecer un negocio relacionado con la iglesia. Anuncié que iba a abrir una librería y centro de suministro cristianos. ¡Pensé que era un momento de genialidad puro!


Lea también:
»» Prefacio
»» Capítulo 2

Traducido por Donald Dolmus
En Defensa de la Fe


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