Aferrarse a la Esperanza
Por Dr. David R. Reagan
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La esperanza es esencial para la vida. Sin ella, las personas descienden a una profunda depresión, o se suicidan, o simplemente se tumban y mueren.
Durante el Holocausto, Viktor Frankl, quien luego se convirtió en un renombrado psiquiatra mundial, era un prisionero en uno de los campos de la muerte de los nazis. El observó que cada año, mientras Navidad se aproximaba, la esperanza de que los prisioneros fueran liberados el día de Navidad se extendía por todo el campamento. Era una esperanza irracional, pero era esperanza. Luego, cuando la Navidad llegaba y se iba sin ninguna liberación, cientos de prisioneros se tumbarían y morirían. Sin esperanza, ellos no podían vivir.1 Frankl concluyó, “Es una peculiaridad del hombre que él sólo puede vivir mirando hacia el futuro”.2
Una Necesidad Desesperada
El mundo necesita desesperadamente esperanza en estos tiempos del fin. Vivimos en un mundo de temores crecientes — temor a un holocausto nuclear, temor a un colapso económico, temor a plagas como el SIDA, temor al terrorismo, temor a la guerra y — por supuesto — temor a la vida y a la muerte. Los cristianos también necesitan esperanza, especialmente cuando enfrentan una persecución cada vez mayor.
Algunos podrían responder diciendo: “¡Los cristianos son los únicos que tienen alguna esperanza!”. Eso es cierto, pero el problema es que la mayoría de los cristianos profesantes no pueden articular su esperanza más allá de una declaración vaga como: “Mi esperanza es el cielo”.
Una Virtud Ignorada
Me di cuenta de esto un día cuando estaba leyendo el gran poema de amor de Pablo en 1 Corintios 13. Termina con la famosa frase: “Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Corintios 13:13).3
Mientras pensaba en estas palabras, de repente se me ocurrió que había escuchado cientos de sermones acerca de la fe y cientos acerca del amor, pero no pude pensar en uno solo acerca de la esperanza. En ese momento el Señor grabó en mi corazón que la esperanza es la más ignorada de las virtudes cristianas.
Supe instantáneamente por qué eso es cierto. Es porque la esperanza está relacionada directamente con el conocimiento que uno tiene de la profecía bíblica, y no hay un tema en la Iglesia moderna que sea más ignorado que la profecía.
Deténgase y piense en ello por un momento. ¿Cuál es su esperanza? ¿Cómo se la explicaría a un incrédulo? ¿Podría ir más allá de las palabras, “Mi esperanza es el cielo”?
Mi Herencia
Durante los primeros 30 años de mi vida recibí casi ninguna enseñanza acerca de profecía bíblica, y vivía con poca esperanza. Si usted me hubiera pedido que definiera mi esperanza, le habría dado una respuesta patética, basada más en la filosofía griega que en la teología hebrea.
Se me enseñó que, si moría antes que el Señor volviera, experimentaría “el sueño del alma”. En otras palabras, caería en la inconsciencia total y yacería en mi tumba hasta que el Señor volviera. A Su regreso, me enseñaron que ocurriría un “big bang” que vaporizaría el universo. Mi alma sería resucitada, y me marcharía hacia un mundo etéreo llamado Cielo, donde flotaría por ahí en una nube y tocaría un arpa eternamente.
Para mí, era un cuadro sombrío. No me agradaba la idea de yacer comatoso en una tumba por eones de tiempo. El “big bang” me asustaba hasta la muerte. Me repulsaba la idea de convertirme en alguna clase de espíritu incorpóreo sin ninguna individualidad o personalidad. Ciertamente no podía emocionarme tener que tocar un arpa por siempre. De hecho, encontraba esa idea francamente hilarante.
Verá, crecí en una iglesia que creía que es un pecado terrible tocar un instrumento musical en un servicio de adoración. Sin embargo, ¡íbamos a tocar arpas en el Cielo eternamente! No tenía sentido para mí, así que lo descarté como un montón de tonterías sin sentido.
No tenía a quien culpar sino a mí mismo, porque no estudiaba la Palabra de Dios como debía hacerlo. Cuando finalmente empecé a hacer eso, y el Espíritu Santo comenzó a dirigirme hacia el estudio de la profecía bíblica, comencé a hacer descubrimientos acerca del futuro que ministraron gran esperanza a mi espíritu. De hecho, llegué a estar tan emocionado acerca de mis descubrimientos que empecé a saltar las bancas de la iglesia y a colgarme de los candeleros gritando “¡Aleluya!” y “¡Alabado sea el Señor!” ¡La gente pensó que me había convertido en pentecostal de la noche a la mañana! No, sólo había descubierto las maravillosas promesas de Dios para el futuro, que están diseñadas para darnos esperanza en el presente.
La Falacia del Sueño del Alma
El primer descubrimiento que hice se refería al “sueño del alma”. Descubrí que es un concepto no bíblico. Es cierto que cuando morimos, nuestros cuerpos “duermen” metafóricamente, pero los espíritus de los muertos nunca pierden su conciencia.
Jesús enseñó esto claramente en Su historia acerca del hombre rico y Lázaro (Lucas 16:19–31). Cuando murieron, sus espíritus fueron al Hades. El espíritu del hombre rico fue a un compartimento en el Hades llamado “Tormento”. El espíritu de Lázaro fue a un compartimento llamado “el seno de Abraham”. En la Cruz, Jesús se refirió al seno de Abraham como el “Paraíso” (Lucas 23:43). Los dos compartimentos estaban separados por una “gran sima”, que no podía cruzarse.
En la historia de Jesús, ambos hombres son descritos totalmente conscientes. Incluso sostienen una conversación entre ellos. Sus almas no están dormidas.
Evidencia adicional de la conciencia después de la muerte puede encontrarse en Apocalipsis 7. Juan ha sido llevado al Cielo y se le está dando un recorrido del salón del trono de Dios. Él mira “una gran multitud… de cada nación y de todas las tribus y pueblos y lenguas”, de pie ante el trono de Dios, “vestida con ropas blancas” y batiendo palmas en adoración (Ap. 7:9). Ellos están completamente conscientes mientras cantan, “La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero” (Ap. 7:10).
Juan quiere saber la identidad de estas personas. Se le dice que son mártires de Cristo que han salido de la “gran tribulación” (Ap. 7:14).
Aquí hay dos escenas en las Escrituras de personas que están totalmente conscientes después de la muerte. Pero note que hay una diferencia muy importante en las dos escenas. En la historia de Jesús, los salvos están en el Hades, en un compartimiento llamado “el seno de Abraham”, o “Paraíso”. En la visión de Juan, los salvos están en el cielo. ¿Por qué las dos ubicaciones diferentes?
El Hades y el Cielo
La respuesta es que, antes de la Cruz, las almas de los salvos no iban directamente al Cielo. No podían ir allí porque sus pecados no habían sido perdonados. Sus pecados sólo fueron cubiertos por su fe, no perdonados. No puede haber perdón de pecados sin el derramamiento de sangre (Levítico 17:11; Hebreos 9:22). El perdón de los que murieron en la fe antes de la Cruz tuvo que esperar el derramamiento de la sangre del Mesías.
Esa es la razón por la que Jesús descendió al Hades después de Su muerte en la Cruz (1 Pedro 3:19–20). Fue allí para proclamar el derramamiento de Su sangre por los pecados de la humanidad. Debe haber habido grandes gritos de regocijo por parte de los santos del Antiguo Testamento que habían estado esperando estas buenas nuevas. Ahora sus pecados no sólo estaban cubiertos por su fe, sino que fueron perdonados por la sangre de Jesús. Eso los convirtió en candidatos para ser llevados a la presencia del Padre Celestial. Y eso es exactamente lo que sucedió cuando Jesús ascendió más tarde al cielo. Se llevó consigo “a los cautivos” (Efesios 4:8; NVI), refiriéndose a los salvos que habían sido retenidos en el Hades, esperando la sangre derramada del Mesías.
El Hades y el Infierno
Ha habido muchos malentendidos sobre todo esto a lo largo de la historia del cristianismo, porque los traductores han confundido el Hades con el Infierno.4 Los dos no son lo mismo. Hades (llamado Seol en el Antiguo Testamento) es un lugar temporal donde se mantienen los espíritus de los muertos. El Infierno es el destino final de los inconversos. Nadie está en el Infierno hoy. Los primeros en ir al Infierno serán el Anticristo y su Falso Profeta (Apocalipsis 19:20). Satanás se unirá a ellos al final del Milenio, cuando será arrojado al lago de fuego (Apocalipsis 20:10).
Los no salvos se encuentran actualmente en el Hades, en el compartimento llamado Tormento. Al final del reinado milenial del Señor, serán resucitados, juzgados, condenados y consignados al “lago de fuego”, que es el Infierno (Apocalipsis 20:11–15). Note que en Apocalipsis 20:14 el texto dice específicamente que tanto “la muerte como el Hades” serán arrojados al lago de fuego. Esto significa que tanto el cuerpo (muerte), como el alma (Hades) serán asignados al Infierno.
Las Afirmaciones de Pablo
Desde la Cruz, los espíritus de los salvos han sido llevados inmediatamente a la presencia del Señor en el Cielo por Sus santos ángeles. Pablo afirma que el paraíso se trasladó del Hades al Cielo. En 2 Corintios 12:2–4 declara que fue llevado al “tercer cielo”, al que identifica como el “Paraíso”. El primer cielo es la atmósfera de este planeta. El segundo cielo es el espacio exterior. El tercer cielo es donde reside Dios.
Pablo también afirma la conciencia después de la muerte. En 2 Corintios 5:8, escribió que preferiría “estar ausente del cuerpo, y presente al Señor”. El repitió este sentimiento en su carta a los Filipenses donde escribió, “el vivir es Cristo, y morir es ganancia” (Filipenses 1:21). Él explicó el significado de esta declaración, al añadir que su deseo era “partir para estar con Cristo” (Filipenses 1:23).
El Estado Intermedio
Mi segundo descubrimiento fue que no estamos destinados a una existencia etérea como espíritus incorpóreos. Inmediatamente después de la muerte, tanto los salvos como los perdidos reciben un cuerpo que voy a llamar un “cuerpo espiritual intermedio”. Le he dado ese nombre porque es un cuerpo que es intermedio entre nuestro cuerpo físico actual y el cuerpo glorificado definitivo que los santos recibirán al momento de su resurrección.
La Biblia no nos dice mucho acerca de este cuerpo, excepto que es tangible y reconocible. Un ejemplo de eso se encuentra en 1 Samuel 28 donde se nos dice que el rey Saúl, en su rebelión contra Dios, buscó el consejo de una bruja. Ella, a su vez, procuró invocar a su espíritu demonio familiar. En su lugar, el Señor envió a Samuel, quien había muerto hace tiempo atrás. En el momento que Samuel apareció, tanto la bruja como Saúl lo reconocieron. Samuel procedió a pronunciar sentencia sobre Saúl, diciéndole que su reino sería entregado a David y que, al día siguiente, “tú y tus hijos estaréis conmigo” (1 Samuel 28:8–19). Al día siguiente, Saúl y sus tres hijos, incluido Jonatán, fueron asesinados por los filisteos (1 Samuel 31:1–6).
Otro ejemplo del cuerpo espiritual intermedio puede encontrarse en Mateo 17, donde se cuenta la historia de la Transfiguración de Jesús. Esto fue cuando a Sus discípulos se les dio una visión de Su gloria venidera. Mientras atestiguaban este acontecimiento maravilloso, dos personas aparecieron repentinamente y empezaron a hablar con ellos. Las dos personas eran Moisés y Elías (Mateo17:1–5).
Es muy posible que estos dos aparecieran nuevamente en la ascensión de Jesús. Lucas nos dice que mientras los discípulos miraban fijamente a Jesús mientras Él ascendía al cielo, dos hombres vestidos de blanco aparecieron de repente y les dijeron: “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:9–11). Los hombres no son identificados. Podrían haber sido ángeles, pero también podrían haber sido Elías y Moisés.
Un ejemplo adicional de cuerpos espirituales intermedios es uno que ya he mencionado. Es la escena que Juan vio en el cielo que se registra en Apocalipsis 7. Vio una gran multitud, demasiada para ser contada. Estaban de pie ante el trono de Dios vestidos con túnicas blancas y agitando ramas de palmera. A Juan se le dijo que éstos eran mártires que salían de la gran Tribulación (Apocalipsis 7:9–14).
La Glorificación
Cuando Jesús regrese, la Biblia dice que traerá con Él los espíritus de los salvos (1 Tes. 4:13–14). Él resucitará sus cuerpos en un gran milagro de recreación (ya sea que sus cuerpos estén preservados, putrefactos, cremados o disueltos en el océano). En un parpadeo, Él reunirá sus espíritus con sus cuerpos resucitados y luego glorificará sus cuerpos (1 Tes. 4:15–16). Luego, aquellos santos que estén vivos serán arrebatados para recibir al Señor en el cielo y serán transformados mientras ascienden (1 Tes. 4:17).
Toda mi vida he escuchado a las personas decir: “Hay dos cosas en la vida que no puedes evitar: la muerte y los impuestos”. Esa declaración es incorrecta. La única cosa que no podemos evitar son los impuestos y más impuestos. Una generación entera de creyentes evitará la muerte — la generación que esté viva cuando el Señor regrese por Su Iglesia. Con razón Pablo concluyó este gran pasaje en 1 Tesalonicenses diciendo: “Por lo tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” (1 Tes. 4:18).
¿Qué es un cuerpo glorificado? Pablo escribió un capítulo entero acerca del tópico en 1 Corintios 15. Él dijo que nuestros cuerpos glorificados serán incorruptibles, gloriosamente puros, poderosos y espirituales (1 Corintios 15:42–44).
Pablo además declara que el cuerpo glorificado será inmortal y, como tal, no estará más sujeto a la muerte (1 Corintios 15:53–55). Éste es un punto importante. Muchos en la cristiandad creen en la inmortalidad del alma. Ése no es un concepto bíblico. Proviene de los escritos de Platón, un filósofo griego. La Biblia dice que sólo Dios posee la inmortalidad (1 Timoteo 6:16). No recibimos la inmortalidad hasta que se nos dan nuestros cuerpos glorificados. La inmortalidad es un regalo de gracia para los redimidos.
La Naturaleza del Cuerpo Glorificado
Pablo hizo una declaración en su carta a los Filipenses que creo que nos provee el marco de referencia para entender cómo serán nuestros cuerpos glorificados. Él escribió que, cuando Jesús regrese, “transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3:20–21). En otras palabras, nuestros cuerpos glorificados van a ser como el cuerpo resucitado de Jesús.
Ahora, piense en ello por un momento. Después de Su resurrección, Jesús tenía un cuerpo tangible que podía ser tocado y reconocido (Lucas 24:41–43; Juan 20:27–28). Al principio, las personas tenían dificultad en reconocerle, pero eso es entendible. Si usted enterró a su amigo un día y él golpeara su puerta al siguiente, ¿lo reconocería? ¿No asumiría que era alguien que se parecía a su amigo? Una vez que los discípulos se dieron cuenta que Jesús verdaderamente había resucitado, no tuvieron más dificultad en reconocerle, incluso a la distancia (Juan 21:1–7).
Entonces, Jesús tenía un cuerpo similar a los que tenemos ahora. Era tangible y reconocible. También era un cuerpo que comía. Jesús es descrito comiendo con Sus discípulos varias veces, incluyendo una porción de pescado en la playa del Mar de Galilea (Lc.24:30–31, 41–42; Juan 21:10–13).
Debo admitir que me emociono cuando leo estos relatos de Jesús comiendo, y también cuando leo acerca de nuestra comida con Él en el Cielo, en la “cena de las bodas del Cordero” (Ap. 19:7–9). ¡Tengo esta fantasía que seremos capaces de comer todo lo que queramos en nuestros cuerpos glorificados y no tendremos que preocuparnos por aumentar de peso! (Esto debería ser suficiente para hacer que muchos de ustedes griten “¡Maranata!”)
Una Dimensión Diferente
El cuerpo resucitado de Jesús era similar a los nuestros en muchos sentidos, pero también había algunas diferencias. El cuerpo de Jesús parecía tener una dimensión diferente, ya que podía pasar a través de paredes de un cuarto encerrado (Juan 20:26), y podía moverse de un lugar a otro casi instantáneamente (Lucas 24:30–36). En un momento estaba en el camino a Emaús, en el siguiente estaba en Jerusalén, y luego aparecería en el área de Galilea.
Sus discípulos estaban tan sobresaltados y asustados por Su habilidad de desaparecer y reaparecer repentinamente en otro lugar, que pensaron que estaban viendo un espíritu. Pero Jesús contradijo esa idea inmediatamente al decirles: “Palpad y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lucas 24:39).
Cuando la Palabra dice que nuestros cuerpos glorificados serán de naturaleza “espiritual” (1 Corintios 15:44), no quiere decir que seremos espíritus etéreos. Dice que nuestro cuerpo natural será resucitado como un cuerpo espiritual, no como un espíritu. Aún tendremos un cuerpo, pero ya no será controlado más por la antigua naturaleza pecaminosa, la carne. En cambio, será un cuerpo rendido completamente al control del Espíritu Santo.
Hay otra cosa que la Biblia revela acerca del cuerpo glorificado que debería ser una fuente de gran consuelo. El cuerpo glorificado será un cuerpo perfeccionado. Eso significa que los ciegos verán, los sordos oirán, los cojos caminarán, y los mudos hablarán. Aquéllos que son enfermos mentales tendrán sus mentes sanadas (Isaías 29:18–19, 32:3–4, 35:5–6). Ya no habrá más dolor o muerte (Ap. 21:4). Dios “enjugará toda lágrima” y “ya no habrá más llanto, ni clamor ni dolor” (Ap. 21:4).
Traducido por Donald Dolmus
Ministerio En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)