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martes, 26 de abril de 2022

El Reino Venidero – Parte 5

Por Dr. Andy Woods

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Debido a que el mundo evangélico de hoy cree en gran medida que la iglesia está experimentando actualmente el reino mesiánico, comenzamos un estudio que narra lo que la Biblia enseña con respecto a este importante tema del reino. Que habrá un futuro reino mesiánico en la tierra ha sido revelado hasta ahora a través de la intención divina de restaurar el oficio de Administrador Teocrático (Génesis 1:26-28) que se perdió en el Edén (Génesis 3). Del mismo modo, la promesa de un reinado futuro, terrenal y mesiánico fue profetizada en el Pacto Abrahámico (Génesis 15) y sub-pactos relacionados. Si bien estos pactos garantizan que el reino algún día vendrá a la tierra a través de Israel, de acuerdo con el Pacto Mosaico, la manifestación final del reino está condicionada a la aceptación de Cristo por parte de la nación como su tan esperado rey durante los eventos del futuro período de la Tribulación. Artículos anteriores también explicaron cómo Dios restauró el oficio de Administrador Teocrático que se perdió en el Edén, al menos en un sentido limitado, en el Sinaí. Este arreglo teocrático cubrió la mayor parte de la historia del Antiguo Testamento cuando Dios, incluso después del tiempo de Moisés, gobernó Israel indirectamente a través de Josué, varios jueces y, finalmente, los reyes de Israel, hasta que el cautiverio babilónico terminó con la Teocracia. Tal terminación inició un tiempo oscuro en la historia judía conocido como los Tiempos de los gentiles (Lucas 21:24; Apocalipsis 11:2), cuando la nación no tenía un rey davídico reinando en el Trono de David, ya que Judá sería pisoteado por varias potencias gentiles. En el contexto de tal esclavitud entró Jesucristo, el heredero legítimo del Trono de David. Los relatos de los Evangelios identifican a Cristo como el tan esperado heredero real profetizado en el Antiguo Testamento.

El Ofrecimiento del Reino

Como se señaló anteriormente, cuando el Pacto Abrahámico y los sub-pactos relacionados se consideran en armonía con el Pacto Mosaico, la estructura pactual de Israel se puede describir mejor como un pacto incondicional con una bendición condicional. En otras palabras, cualquier generación judía debe satisfacer el Pacto Mosaico condicional antes de que puedan entrar las bendiciones incondicionales del Pacto Abrahámico. Tal condición sólo puede satisfacerse si Israel entroniza al rey elegido por Dios (Dt. 17:15). Por lo tanto, le correspondía al Israel del siglo I entronizar a Cristo para poder recibir todas sus bendiciones pactuales.

La oportunidad para que el Israel del siglo I entronizara a Cristo y, en consecuencia, experimentar todas estas bendiciones se conoce como “el ofrecimiento del reino”. La idea está capturada en la expresión: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”, proclamada a la nación primero por Juan el Bautista (Mt. 3:1–2); luego Cristo (Mt. 4:17); luego los Doce (Mt. 10:5–7); y finalmente los Setenta (Lc. 10:1, 9). Lo que esta expresión significa es que el gobierno indiscutible que Dios experimenta en el cielo se había acercado a la tierra en la persona de Jesucristo, el ansiado rey davídico. Se le llama “el reino de los cielos” ya que el reino será inaugurado por el “Dios del cielo”. Observe cómo Daniel conecta a este “Dios del cielo” con Su reino venidero: “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido…” (Dn. 2:44). Debido a que el rey estaba presente, la oportunidad de entronizarlo fue una realidad para el Israel del primer siglo. Sin embargo, la expresión “se ha acercado”, no significa que el reino había llegado. Más bien, el reino estaba cerca, en un estado de inminencia o expectativa inmediata, ya que la presencia del rey le permitía al Israel del primer siglo tomar una decisión genuina de entronizar a Cristo, y así entrar en sus bendiciones pactuales.

Observe que la palabra “reino” en la expresión, “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”, no fue definida por Juan el Bautista, Cristo, los Doce, y los Setenta. Esta falta de una definición del Nuevo Testamento muestra que la noción del reino se entendía por cómo el concepto ya se había desarrollado en el Antiguo Testamento. Como hemos aprendido, el Antiguo Testamento define y describe específica y descriptivamente un venidero reino mesiánico terrenal. Este reino se anticipa en el oficio de Administrador Teocrático que se perdió en el Edén, en los pactos bíblicos, en la teocracia terrenal que gobierna a Israel desde la época de Moisés hasta Sedequías, y en las predicciones de los profetas del Antiguo Testamento. Si el Israel del primer siglo hubiera entronizado a Cristo, este reino terrenal se habría convertido en una realidad, no sólo para la nación, sino también para el mundo entero. Los pactos de Israel se habrían cumplido, y los Tiempos de los Gentiles habrían terminado.

El Israel del Primer Siglo Rechaza el Ofrecimiento del Reino

A pesar de la oportunidad sin precedentes para el establecimiento del reino mesiánico, debido a la presencia del Rey entre los judíos del primer siglo, trágicamente, Israel rechazó el ofrecimiento del reino. ¿Por qué el Israel de la época de Cristo rechazó la oportunidad de establecer el reino? Se pueden dar al menos dos razones. Primero, Cristo enfatizó en el Sermón del Monte que el reino no era sólo físico y político, sino también moral y espiritual (Mateo 5‒7). Aquí, Cristo reiteró lo que el Antiguo Testamento ya había revelado, que, aunque el reino ciertamente sería terrenal y terrestre, también sería moral y ético (Ez. 37:23‒24). Por lo tanto, los ciudadanos del reino de Cristo exhibirían ciertas cualidades morales (Mt. 5:3–12). Debido a que Israel estaba más interesado en un reino físico y político, que derrocaría a una Roma opresiva, que en un reino espiritual y moral (Juan 6:15, 26), el énfasis de Cristo en las características morales de Su reino preparó el escenario para el rechazo final de Israel al ofrecimiento del reino.

En segundo lugar, Israel persiguió la justicia por medio del esfuerzo propio, en lugar de aceptar la justicia imputada o transferida ofrecida por Cristo (Mt. 5:20). El sistema farisaico orientado a las obras de Israel (Marcos 7:13), hizo que la nación tropezara con el simple mensaje de que la justicia sólo se puede obtener por la fe sola (Juan 6:28‒29). Romanos 9:30‒32 explica: “¿Qué, pues, diremos? Que los gentiles, que no iban tras la justicia, han alcanzado la justicia, es decir, la justicia que es por fe; mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley, pues tropezaron en LA PIEDRA DE TROPIEZO”. Si bien un pequeño remanente judío aceptó el mensaje de Cristo, el quid de la nación, así como el liderazgo de la nación, tropezaron con él.

Los Evangelios revelan cuidadosamente el rechazo de Israel al ofrecimiento del reino. El punto decisivo se encuentra en Mateo 12:24. Cuando los fariseos no pudieron explicar uno de los muchos milagros de Cristo, en cambio atribuyeron la realización del milagro a los poderes satánicos. En este punto, la expresión, “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 3:2; 4:17; 10:5–7) prácticamente desaparece del Evangelio de Mateo. El concepto no resurge hasta que el ofrecimiento se extender a una generación distante de judíos durante el período de la Tribulación (Mt. 24:14). Tal ausencia significa que Dios quitó el ofrecimiento del reino de la mesa cuando los fariseos demostraron incredulidad cuando fueron confrontados por los milagros de Cristo. Este rechazo del ofrecimiento fue ratificado por la entrada triunfal de Cristo a Jerusalén, así como por la decisión de la nación de entregar a Cristo a los romanos para ser crucificado (Mt. 21–23; 26–27). El rechazo de Israel del ofrecimiento del reino también está representado en la siguiente declaración de los líderes religiosos de la nación a Pilato: “Pilato les dijo: ¿A vuestro Rey he de crucificar? Respondieron los principales sacerdotes: No tenemos más rey que César”. (Juan 19:15). Por lo tanto, Juan resume bien: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1:11).

Debido a que Israel rechazó el ofrecimiento del reino, el reino mesiánico no se estableció en el Primer Advenimiento de Cristo. En lugar de heredar Su legítimo reino, Cristo nunca llegó a ser rey de la nación y, en consecuencia, fue “cortado”, y heredó “nada” (Daniel 9:26a). Si bien el Pacto Abrahámico incondicional impide que Israel pierda la propiedad de las promesas pactadas, la falta de respuesta del Israel del primer siglo al ofrecimiento del reino impidió que la nación poseyera estas bendiciones. Desde el tiempo de Cristo hasta el día actual, Israel sigue siendo sólo el propietario y no el poseedor de las promesas pactadas. Aunque no ha sido cancelado, el reino mesiánico permanece en un estado de aplazamiento. Así como las generaciones pasadas de judíos fueron disciplinados por las violaciones al Pacto Mosaico a manos de los babilonios y los asirios (2 Reyes 17; 25), el Israel del primer siglo que rechazó a Cristo también experimentó disciplina divina (Dt. 28:49–50), por medio de la destrucción de Jerusalén y el templo, que resultó en más de un millón de muertes judías, cuando Tito de Roma invadió a Israel treinta y ocho años después de la época de Cristo, en los horribles eventos del año 70 d.C. (Dn. 9:26b; Mt. 24:1–2; Lucas 19:41–44).

La Era Interina y el Aplazamiento del Reino

Debido al rechazo de Israel del ofrecimiento del reino que resultó en el aplazamiento del reino mesiánico, Cristo comenzó a explicar las condiciones espirituales que prevalecerían durante la ausencia del reino. Este programa interino incluye Su revelación de los misterios del reino (Mt. 13) y la iglesia (Mt. 16:18). Antes de describir estas realidades espirituales, deben hacerse algunas observaciones preliminares sobre esta nueva era interina.

Primero, el hecho de que Dios sabía que Israel rechazaría el ofrecimiento del reino (Dn. 9:26a), marcando así el comienzo de Su propósito eterno para la era interina, de ninguna manera implica que el ofrecimiento del reino al Israel nacional no fuera una oferta legítima o de buena fe. Un Dios todopoderoso puede usar el libre albedrío de Sus criaturas para lograr Sus propósitos eternos. Chafer explica:

…Dios no sólo conoce de antemano la elección que Sus criaturas harán, sino que Él mismo puede obrar en ellas tanto el querer como el hacer Su propio placer. Las Escrituras presentan muchos incidentes que revelan el hecho de que la voluntad de Dios es ejecutada por los hombres incluso cuando no tienen la intención consciente de hacer la voluntad de Dios… ¿Estuvo la muerte de Cristo en peligro de ser abortada y todos los tipos y profecías con respecto a Su muerte de ser demostrados falsos hasta que Pilato tomó su decisión con respecto a esa muerte?[1] 

En otras palabras, cuando Israel, por su propia voluntad rechazó el ofrecimiento del reino, esa decisión fue utilizada por un Dios todopoderoso para marcar el comienzo de la siguiente fase importante de Su plan preordenado. Este plan implicaba tanto que Cristo pagara la deuda por el pecado al morir en la cruz, como la obra actual de Dios en la era interina. 

Continuará

Traducido por Donald Dolmus
En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)

Original article:

El Dr. Andy Woods es oriundo de California, donde asistió a la universidad y obtuvo una licenciatura en Derecho. En 1998, cambió de rumbo y comenzó a hacer la transición del Derecho a la Teología, cuando decidió ingresar al seminario.

Finalmente obtuvo un Doctorado en Exposición Bíblica del Seminario Teológico de Dallas. Actualmente se desempeña como pastor en la Iglesia Bíblica de Sugar Land, en el área de Houston, mientras se desempeña como Presidente del Seminario Teológico Chafer, en Albuquerque, Nuevo México. Es un escritor prolífico y un conferenciante muy solicitado.

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Notas Finales

[1] Lewis Sperry Chafer, Systematic Theology, (Dallas: Dallas Seminary, 1948), 5:347-48.

El Reino Venidero – Parte 4

Por Dr. Andy Woods

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Debido a que el mundo evangélico de hoy cree en gran medida que la iglesia está experimentando actualmente el reino mesiánico, comenzamos un estudio que narra lo que la Biblia enseña con respecto a este importante tema del reino. Que habrá un futuro reino mesiánico en la tierra ha sido revelado hasta ahora a través de la intención divina de restaurar el oficio de Administrador Teocrático (Génesis 1:26-28) que se perdió en el Edén (Génesis 3). Del mismo modo, la promesa de un reinado futuro, terrenal y mesiánico fue profetizada en el Pacto Abrahámico (Génesis 15) y sub-pactos relacionados. También se explicó que, si bien estos pactos garantizan que el reino algún día vendrá a la tierra a través de Israel, de acuerdo con el Pacto Mosaico, la manifestación final del reino está condicionada a la aceptación de Cristo por parte de la nación como su tan esperado rey durante los eventos finales del futuro período de tribulación. El artículo anterior también explicó cómo Dios restauró el oficio de Administrador Teocrático que se perdió en el Edén, al menos en un sentido limitado, en el Sinaí. Este arreglo teocrático cubrió la mayor parte de la historia del Antiguo Testamento cuando Dios, incluso después del tiempo de Moisés, gobernó Israel indirectamente a través de Josué, varios jueces y, finalmente, los reyes de Israel hasta que el cautiverio babilónico terminó con la Teocracia.

Los Tiempos de los Gentiles

Este cautiverio babilónico inició una época oscura en la historia judía conocida como los “Tiempos de los Gentiles” (Lucas 21:24; Ap. 11:2). Esta era se define como el período de tiempo en el que la nación estaba funcionando sin un rey davídico reinando en el Trono de David. Durante este período, Judá sería pisoteado por varios poderes gentiles. Estos poderes incluyen Babilonia (605–539 a.C.), Medo-Persia (539–331 a.C.), Grecia (331–63 a.C.), Roma (63 a.C.–70 d.C.), así como el futuro Imperio Romano revivido del Anticristo (algunas veces llamado “Roma Fase II”). Nabucodonosor, en un sueño, vio este período de tiempo simbolizado por una hermosa y deslumbrante estatua. Cada parte de la estatua representa una potencia gentil diferente (Dn. 2). En su sueño, Daniel vio el mismo período de tiempo en la forma de cuatro bestias grotescas. Cada bestia representaba una potencia gentil diferente (Dn. 7). Para Nabucodonosor, quien era el rey de Babilonia o la primera potencia gentil en pisotear a Judá, este período de tiempo le parecía hermoso. Esta perspectiva explica por qué Nabucodonosor percibió esta era en la forma de una estatua atractiva. Para Daniel, un judío, cuyo pueblo sería pisoteado por estas potencias gentiles, este período era sombrío. Esta perspectiva explica por qué vio los tiempos de los gentiles representados por varias bestias feroces.

Note que los Tiempos de los Gentiles, que comenzaron con la deposición de Sedequías por parte de Nabucodonosor y el cautiverio babilónico en el 586 a.C., están marcados por las siguientes tres características: la terminación de la teocracia terrenal; la falta de un rey davídico reinando en el Trono de David en Jerusalén; Judá siendo pisoteada por una sucesiva serie de potencias gentiles y la terminación de la teocracia terrenal que se indica mediante la partida de la gloria shejiná de Dios del templo (Ez. 10:4, 18–19; 11:23). Según las profecías de Daniel, los Tiempos de los Gentiles seguirán su curso y eventualmente concluirán la restauración de un rey legítimo reinando en el Trono de David, y el regreso de la gloria shejiná de Dios al templo milenial (Ez. 43:1–5). Este período difícil terminará con el regreso de Jesucristo para gobernar y reinar desde el Trono de David en Jerusalén (Dn. 2:34–35, 44–45; Mt. 25:31). Mientras que los Tiempos de los Gentiles comenzaron con la deposición de Sedequías por parte de Nabucodonosor, éstos terminarán con el regreso y la entronización de Cristo, inaugurando así el tan esperado reino mesiánico.

Por lo tanto, sólo después de que Cristo haya terminado el reino final del hombre (el Imperio Romano revivido del Anticristo), el reino davídico se establecerá entonces en la tierra (Dn. 2:34–35; 43–45; 7:23–27). Este hecho por sí solo debería disuadir a los intérpretes de encontrar una manifestación prematura del reino en la actual Era de la Iglesia. Desafortunadamente, los teólogos del “reino ahora” ignoran esta cronología al argumentar a favor de una forma espiritual presente del reino, a pesar de que los reinos del hombre aún no han seguido su curso, el Anticristo y su reino aún no han sido derrocados, y el Segundo Advenimiento aún no ha ocurrido. Esta cronología de Daniel hace que el erudito del Antiguo Testamento, Merril Unger, concluya:

…Daniel, ni en la profecía de la imagen del capítulo 2 ni en la profecía de las bestias del capítulo 7, se ocupa de la era presente del llamado de la iglesia, el período durante el cual Israel está temporalmente en rechazo nacional…A Daniel se le dio la visión profética de Roma hasta el momento de la muerte de Cristo (dos piernas). La visión continuó con la reanudación del trato divino con el Israel nacional (después de la finalización de la iglesia en el rapto), durante el período entre la glorificación de la iglesia y el establecimiento del Reino sobre Israel (Hechos 1:6). Por lo tanto, el reino de hierro con sus pies de hierro y barro (cp. 3:33–35, 40. 44), y la bestia indescriptible de 7:7–8 visualizan no sólo el poder gentil (1) como lo fue en el primer advenimiento, pero (2) también la forma en que existirá después del período de la iglesia, cuando Dios reanudará Su trato con la nación de Israel. Qué inútil es para los eruditos conservadores ignorar ese hecho y buscar un cumplimiento literal de esas profecías en la historia o en la iglesia, cuando esas predicciones se refieren a eventos aún futuros y no tienen aplicación alguna para la iglesia.[1]

Los Profetas Anticipan el Reino

A lo largo de los años oscuros de desobediencia nacional, dominio gentil y aplazamiento del reino, los profetas del Antiguo Testamento mantuvieron la esperanza para la nación y el mundo, al hablar fielmente de una generación venidera de judíos que se volverían a Yahvé, marcando así el comienzo de las bendiciones del reino. A causa de este rayo de luz espiritual que los profetas proporcionaron en medio de las tinieblas espirituales, Pedro se refiere a la profecía como “…la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2 Pedro 1:19). Si bien se necesitarían múltiples volúmenes para describir adecuadamente todo lo que los profetas del Antiguo Testamento revelaron con respecto al reino venidero,[2] algunas predicciones del profeta Isaías serán suficientes. Según Isaías 2:1b–4:

Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.

Isaías 11:6–9 dice de manera similar:

Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar.

De acuerdo con estas maravillosas predicciones, cuando el reino mesiánico se materialice, Jerusalén será el centro de la autoridad espiritual y política mundial. Esta autoridad dará como resultado a una justicia perfecta, la paz mundial, el cese del conflicto con y entre el reino animal, y el conocimiento espiritual universal. Otras características de la era del reino incluyen una tierra renovada, una Jerusalén regocijada, una reducción de la maldición, una auténtica justicia social, prosperidad, y respuestas inmediatas a las oraciones. Estas gloriosas condiciones aguardan la entronización de una futura generación judía del rey elegido por Dios (Dt. 17:15). Tal entronización hará que Israel no sólo sea el dueño, sino también el poseedor de todo lo que se promete en los pactos de Israel. A medida que estas bendiciones pactuales lleguen a Israel en ese día futuro, el mundo entero también será bendecido (Ro. 11:12, 15).

Continuación de los Tiempos de los Gentiles hasta la Venida de Cristo

Después del cautiverio babilónico, que comenzó en el 586 a.C., los setenta años profetizados de disciplina nacional y divina habían recorrido su curso. Por lo tanto, el recién inaugurado gobierno persa permitió que el pueblo de Dios regresara a su patria (Esdras; Nehemías). Por lo tanto, para la época de Cristo, la nación había regresado a la Tierra Prometida durante más de cinco siglos. Sin embargo, una residencia tan prolongada en la tierra no significaba que los Tiempos de los Gentiles habían concluido. Durante todo este tiempo, Israel no había disfrutado de un rey que reinara en el trono de David. Además, como Daniel había predicho (Dan. 2; 7), Israel continuó bajo el dominio de varias potencias gentiles. Esas potencias incluían Persia, a la que siguió Grecia, y finalmente Roma. Cuando Cristo nació, el Imperio Romano ocupaba la Tierra Prometida, colocó a Israel bajo una enorme carga fiscal y usurpó de los judíos el derecho de ejecutar a sus propios criminales (Juan 18:31). Más allá de esto, la nación había pasado por cuatrocientos años de silencio, cuando Dios no estaba hablando directamente a Su pueblo a través de oráculos proféticos.

Con el telón de fondo de tal silencio esclavitud entró Jesucristo, el heredero legítimo del Trono de David. Los relatos de los Evangelios identifican y afirman a Jesucristo como el anhelado Descendiente Davídico profetizado en los Pactos Abrahámico y Davídico. Por ejemplo, el Evangelio de Mateo conecta a Cristo genealógicamente tanto con Abraham como con David (Mt. 1:17). Mateo también asocia rutinariamente a Cristo con el título “Hijo de David” (Mt. 9:27). De manera similar, Lucas muestra que Jesús es el heredero legítimo de las promesas de Dios a David (Lc. 1:32–33, 68–69). 

Continuará

Traducido por Donald Dolmus
En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)

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El Dr. Andy Woods es oriundo de California, donde asistió a la universidad y obtuvo una licenciatura en Derecho. En 1998, cambió de rumbo y comenzó a hacer la transición del Derecho a la Teología, cuando decidió ingresar al seminario.

Finalmente obtuvo un Doctorado en Exposición Bíblica del Seminario Teológico de Dallas. Actualmente se desempeña como pastor en la Iglesia Bíblica de Sugar Land, en el área de Houston, mientras se desempeña como Presidente del Seminario Teológico Chafer, en Albuquerque, Nuevo México. Es un escritor prolífico y un conferenciante muy solicitado.

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Notas finales

[1] Merill F. Unger, Unger's Commentary on the Old Testament (Chicago: Moody, 1981; reprint, Chatanooga, TN: AMG, 2002), 1643.

[2] For example, see J. Dwight Pentecost, Things to Come: A Study in Biblical Eschatology (Findlay, OH: Dunham, 1958; reprint, Grand Rapids, Zondervan, 1964), 481-90.

lunes, 25 de abril de 2022

El Reino Venidero – Parte 3

Por Dr. Andy Woods

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Debido a que el mundo evangélico de hoy en gran parte cree que la iglesia está experimentando actualmente el reino mesiánico, comenzamos un estudio que narra lo que la Biblia enseña con respecto a este importante tema del reino. Que habrá un futuro reino mesiánico en la tierra se ha revelado hasta ahora a través de la intención divina de restaurar el oficio de Administrador Teocrático (Génesis 1:2628), que se perdió en el Edén (Génesis 3), así como a través de la promesa de un reinado futuro, terrenal y mesiánico como fue profetizado en el Pacto Abrahámico (Génesis 15) y los sub-pactos relacionados.

La Partida y el Regreso de la Teocracia

El siguiente lugar importante en la Palabra de Dios que habla de la realidad de un futuro reino mesiánico es la revelación del Pacto Mosaico, que Dios dio exclusivamente al Israel nacional (Sal. 147:19–20), en el Monte Sinaí. Después de la Caída en el Edén (Gn. 3), el reino teocrático dejó la tierra. Esta partida dejó al mundo sin el beneficio del oficio de Administrador Teocrático, hasta la época de Moisés. Esta realidad puede explicar por qué el apóstol Pablo describe el período de tiempo espiritualmente oscuro entre Adán y Moisés de la siguiente manera: “Pues antes de la ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado. No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir” (Ro. 5:13–14).

Aunque el período de tiempo entre Adán y Moisés fue ciertamente espiritualmente oscuro, la luz del oficio de Administrador Teocrático eventualmente regresó a la tierra a través de la revelación de Dios del Pacto Mosaico en el Sinaí. A pesar de cuatrocientos años de esclavitud en Egipto (Gn. 15:13–16), Dios benignamente redimió y liberó a Su pueblo por medio del Éxodo. Luego llevó a Su pueblo redimido al Sinaí y entró en un nuevo pacto con ellos llamado el “Pacto Mosaico”. Note la ocurrencia del término “reino” cuando Dios entró en este nuevo pacto con Israel. “Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel. Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo, y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado” (Ex. 19:5–6; itálicas añadidas).[1] Debido a que ésta es la primera referencia al término “reino” en relación con el reino de Dios en toda la Biblia, es razonable concluir que el oficio de Administrador Teocrático, que se perdió en el Edén, fue restaurado en la tierra, al menos en un sentido limitado, en el Sinaí. Así como Dios gobernó indirectamente a través de Adán en el Edén, Dios ahora comenzó a gobernar indirectamente sobre Israel a través de Su Administrador Teocrático, Moisés. Este arreglo teocrático cubrió la mayor parte de la historia del Antiguo Testamento ya que Dios, incluso después de la época de Moisés, gobernó a Israel indirectamente a través de Josué, y luego varios jueces y, finalmente, los diversos reyes de Israel.[2] 

Un Pacto Incondicional con una Bendición Condicional

El Pacto Mosaico también introdujo un nuevo componente en los tratos pactuales de Dios con Israel. Este nuevo elemento debe entenderse para comprender el plan divino concerniente a un futuro reino terrenal. Como se argumentó anteriormente, los Pactos Abrahámico y Davídico son incondicionales. En otras palabras, descansan completamente en Dios en lugar de en la actuación de Israel para su eventual cumplimiento. Por el contrario, el Pacto Mosaico (Ex. 19–24) es condicional. Observe los términos “si” y “entonces” [presentes en la versión inglesa NASB] en Éxodo 19:5–6: Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, entonces vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa” (itálicas añadidas). En otras palabras, si Israel obedece los términos del Pacto Mosaico, entonces Dios bendecirá a la nación física, material y espiritualmente.

La estructura técnica pactual en el antiguo Cercano Oriente para este tipo de acuerdo se conoce como un “Tratado Suzerain-Vassal” [amos o señores feudales, y vasallos; nota del traductor]. Aquí, el señor feudal, o un superior, entra en un acuerdo con un inferior, o vasallo. El vasallo promete quedar bajo la custodia protectora del señor feudal. El señor feudal, a su vez, promete bendecir o maldecir al vasallo, dependiendo de si el vasallo demuestra lealtad o deslealtad al señor feudal, obedeciendo o desobedeciendo los términos específicos del texto del pacto. En el caso del Pacto Mesiánico, el señor feudal es Dios. Israel es el vasallo. El texto del pacto son los Diez Mandamientos y todas sus aplicaciones, como se detalla en la Ley Mosaica (Ex. 19–24; Lv.; Dt.). Las bendiciones y maldiciones por la obediencia al pacto se encuentran en Levítico 26 y Deuteronomio 28. En contraste con este acuerdo señor-vasallo, el antes mencionado Pacto Abrahámico incondicional, y los sub-pactos relacionados, representa un pacto del antiguo Cercano Oriente conocido como “Tratado de Concesión Real”, donde un rey promete recompensar incondicionalmente a un súbdito.

Si el Pacto Abrahámico y sus sub-pactos relacionados son incondicionales, y el Pacto Mosaico es condicional, entonces, ¿cómo trata Dios con Israel bajo ambos pactos? La respuesta radica en entender la diferencia entre propiedad y posesión. Suponga que alguien es propietario de una casa de vacaciones, pero está demasiado ocupado trabajando para visitar esta casa. En este punto, esta persona es propietaria de la casa, pero no la posee o la disfruta. Del mismo modo, el Pacto Abrahámico le da a Israel la propiedad incondicional de sus diversas promesas. Debido a la naturaleza incondicional del Pacto Abrahámico, ninguna cantidad de desobediencia por parte de Israel puede eliminar su propiedad de estas bendiciones. Mientras que Israel puede ser disciplinado severamente por Dios, por desobedecer los términos del Pacto Mosaico (Lv. 26:14–46; Dt. 28:1–68), incluso resultando en la conquista de la nación por potencias extranjeras (Dt. 28:49–50), nunca puede renunciar a la propiedad de las promesas mencionadas en el Pacto Abrahámico.

Sin embargo, antes de que Israel pueda poseer o disfrutar lo que posee, debe obedecer los términos del Pacto Mosaico. Por lo tanto, cualquier generación dada dentro de Israel debe cumplir las condiciones del Pacto Mosaico, para poder experimentar las bendiciones prometidas en el los Pactos Abrahámico y Davídico.[3] Una provisión importante del Pacto Mosaico es que Israel debe entronizar al rey elegido por Dios (Dt. 17:15). Tal entronización satisfará así la condición de obediencia que se encuentra en el Pacto Mosaico, permitiendo así a Israel poseer, en lugar de ser simplemente el propietario, de las bendiciones del Pacto Abrahámico. El Pacto Mosaico apunta en última instancia hacia Cristo. En Juan 5:45–47, Jesús les explicó a los judíos de Su época: “No penséis que yo voy a acusaros delante del Padre; hay quien os acusa, Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?”. Así es como se ve la imagen completa: Si bien Israel posee las bendiciones pactuales que se encuentran en el Pacto Abrahámico y los sub-pactos relacionados, ella no puede poseer o entrar en estas bendiciones hasta que cumpla con la condición que se encuentra en el Pacto Mosaico. Sin embargo, esta condición puede satisfacerse mediante la entronización de la nación del rey elegido por Dios (Dt. 17:15), que es Cristo (Juan 5:45–47).

¿Cómo se relaciona todo esto con el tema de un futuro reino terrenal? Aunque se garantiza incondicionalmente que las promesas y bendiciones del Pacto Abrahámico vendrán directamente a Israel e indirectamente al mundo entero, estas condiciones del reino no se manifestarán hasta que el Israel nacional confíe en Jesucristo, su tan esperado Rey. Debido a que nunca ha existido una generación judía que haya cumplido con esta condición, el reino mesiánico permanece en un estado de postergación o suspensión, hasta nuestros días. Sin embargo, un día, una futura generación de judíos cumplirá con esta condición, lo que resultará en el establecimiento del reino mesiánico de Dios en la tierra. Como se revela en las páginas de la profecía bíblica, se necesitarán los eventos del futuro período de la Tribulación para traer a esa generación a la fe en Cristo, lo que conducirá a la manifestación del reino terrenal, teocrático, y mesiánico (Jer. 30:7; Dn. 9:24–27; Zac. 12:10; Mt. 23:37–39; 24:31; 25:31).

Del Reino Dividido al Término de la Teocracia Terrestre

El reino teocrático sobre Israel que Dios comenzó a través de Moisés en el Sinaí continuó sin cesar a través de los reinados de los tres primeros reyes de la nación, Saúl, David y Salomón. Desafortunadamente, la prosperidad que caracterizó el reinado de cuarenta años de Salomón terminó con su desobediencia personal al pacto. Como tercer rey de Israel, acumuló riquezas y múltiples esposas (1 Reyes 11:1–8), en violación de las instrucciones específicas del Pacto Mosaico (Dt. 17:16–17). Por lo tanto, Dios trajo la disciplina del pacto (Lv. 26:14–46; Dt. 28:15–68) a la nación, a través de la división del reino (1 Reyes 12). Esta división dio como resultado que diez tribus formaran el Reino del Norte, que también se llamaba Israel. Las dos tribus restantes formaron el Reino del Sur, o Judá. Dos razones hicieron a Judá en el sur el centro del programa del reino de Dios. Primero, la antigua profecía mesiánica indicaba que el verdadero rey de la nación nacería algún día en la tribu de Judá (Gn. 49:10), que era parte del Reino del Sur. En segundo lugar, los reyes del linaje de David reinaban sólo sobre Judá. Estos reyes davídicos son importantes con respecto a rastrear el programa del reino de Dios a través de las Escrituras, ya que el Pacto Davídico descrito anteriormente prometía que, por medio del linaje de David vendría finalmente una dinastía y un trono eternos (2 S. 7:13–16). Los reyes del Reino del Norte continuaron en rebelión al pacto. Tal fracaso eventualmente llevó a la máxima disciplina divina (Dt. 28:49–50), en la forma de la dispersión del Reino del Norte por parte de los asirios, en 722 a.C. (2 Reyes 17).

Por lo tanto, desde el 722 a.C. hasta el cautiverio babilónico en 586 a.C., sólo el Reino del Sur, Judá, permaneció como el reino teocrático terrenal. Lamentablemente, el Reino del Sur imitó la rebelión del pacto de las tribus del Norte previamente dispersas (Ez. 23). En consecuencia, el residual reino del Sur también incurrió en disciplina divina (Dt. 28:49–50), por medio del cautiverio babilónico. Cuando Nabucodonosor de Babilonia destruyó Jerusalén y el templo salomónico, y se llevó a Judá al cautiverio (2 Reyes 25; Ez. 33:21), la teocracia terrenal terminó. En otras palabras, Dios gobernó a la nación indirectamente a través de varios reyes davídicos hasta el derrocamiento de Sedequías, quien fue el último de la dinastía davídica en reinar desde el Trono de David. Esta terminación de la teocracia terrenal se significó mediante la partida de la gloria Shejiná de Dios del templo (Ez. 10:4, 18–19; 11:23).[4]

Continuará

Traducido por Donald Dolmus
En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)

Original article:

El Dr. Andy Woods es oriundo de California, donde asistió a la universidad y obtuvo una licenciatura en Derecho. En 1998, cambió de rumbo y comenzó a hacer la transición del Derecho a la Teología, cuando decidió ingresar al seminario.

Finalmente obtuvo un Doctorado en Exposición Bíblica del Seminario Teológico de Dallas. Actualmente se desempeña como pastor en la Iglesia Bíblica de Sugar Land, en el área de Houston, mientras se desempeña como Presidente del Seminario Teológico Chafer, en Albuquerque, Nuevo México. Es un escritor prolífico y un conferenciante muy solicitado.

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Notas finales

[1] All scriptural citations taken from the NASB.

[2] Stanley D. Toussaint, “The Kingdom of God,” in Tim LaHaye Prophecy Study Bible, ed. Tim LaHaye (Chattanooga, TN: AMG, 2001), 1134.

[3] J. Dwight Pentecost, Thy Kingdom Come (Wheaton, IL: Victor Books, 1990), 86.

[4] Toussaint, “The Kingdom of God,” 1134.

viernes, 22 de abril de 2022

El Reino Venidero – Parte 2

Por Dr. Andy Woods

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Debido a que el mundo evangélico contemporáneo está envuelto en la idea de que la iglesia está experimentando actualmente el reino mesiánico, el mes pasado comenzamos una serie de estudios que narran lo que la Biblia enseña con respecto a este importante tema del reino. Después de distinguir el reino universal del reino teocrático, observamos que la noción de un reino mesiánico venidero comienza ya en Génesis Uno. También vimos que, debido al impacto negativo que el incidente de la Torre de Babel tuvo en todas las naciones (Génesis 11:19), Dios trajo a la existencia una nación especial que perpetuaría a través del patriarca Abraham (entonces llamado Abram). A través de esta nación especial, más tarde llamada Israel, Dios traería Sus bendiciones mesiánicas y redentoras al mundo (Génesis 3:15; 12:3).

Los Pactos Bíblicos y el Reino

Por lo tanto, el siguiente lugar en la Palabra de Dios que habla de la realidad de un futuro reino mesiánico son aquellas secciones que revelan los pactos de Dios con Su nación especial, Israel. Un pacto en la antigüedad es similar a un contrato legal en la actualidad, que obliga a las partes del acuerdo a cumplir de una manera específica. En los pactos bíblicos, el Dios del universo se obligó legalmente a cumplir promesas específicas directamente para Israel, e indirectamente para el mundo. Expliquemos brevemente el contenido de estos pactos y luego observemos su contribución a un futuro reino terrenal prometido.

El pacto fundacional de Israel, conocido como el Pacto Abrahámico (Génesis 12:1–3; 15:18), promete incondicionalmente tres elementos a Israel: tierra que se extiende desde el Egipto moderno hasta Irak (Génesis 15:18–21); simiente o descendientes innumerables (Génesis 15:4–5; 22:17); y bendición (Génesis 15:1). Estas tres promesas se amplifican en pactos posteriores (o sub-pactos) que Dios hizo con la nación. La provisión de tierra se amplifica en el Pacto de la Tierra (Dt. 2930). El componente de bendición se amplifica en el Nuevo Pacto (Jer. 31:31–34). Aquí, Dios prometió escribir Sus leyes en los corazones de los judíos.

Con respecto a las promesas de la simiente, de las muchas simientes de Abraham (Gn. 22:17), en última instancia vendría una simiente singular (Gn. 3:15; Gá. 3:16) o descendiente, que obtendría todas las promesas que se encuentran en el Pacto Abrahámico para Israel, marcando, en consecuencia, el comienzo de la bendición para la nación y el mundo. Este aspecto de la simiente de las promesas del Pacto Abrahámico se amplifica más tarde en lo que se conoce como el Pacto Davídico. Después de que Dios rechazó a Saúl, quien fue el primer rey de la nación, Dios seleccionó a David de entre los hijos de Isaí (1 S. 16:1), lo que llevó a la unción de David como el segundo rey de la nación (1 S. 16:13). Con el tiempo, Dios hizo un pacto con David, que prometía que, a través del linaje de David, vendría una casa, un trono y un reino eternos (2 S. 7:12–16). En otras palabras, Dios a través del linaje de David marcaría el comienzo de una dinastía y un trono eternos. El Antiguo Testamento reafirma continuamente que, eventualmente, surgiría un descendiente davídico que marcaría el comienzo de todo lo que se prometió incondicionalmente tanto a Abraham como a David (Sal. 89; Amós 9:11; Os. 3:5; Is.7:13–14; 9:6–7; Ez. 34:23; 37:24).

Literal

Estas obligaciones pactuales tienen un enorme impacto en la realidad de un futuro reino terrenal cuando se entiende que estas promesas son literales, incondicionales e incumplidas. Varias razones hacen evidente que estas promesas deben interpretarse literalmente. Las promesas son de naturaleza terrestre o terrenal. De hecho, Dios le dijo a Abraham que caminara alrededor de la misma tierra que él y su pueblo algún día poseerían (Génesis 13:17). Las promesas se hacen exclusivamente con el Israel nacional en lugar de la iglesia, que aún no existía (Mateo 16:18). Con respecto a la simiente, se refieren a la línea física de David. No hay nada en el contexto de 2 Samuel 7 que lleve al lector a la conclusión de que estas promesas deben entenderse como algo más que literal y terrenal. Dado que estas promesas a David son una amplificación del componente simiente del Pacto Abrahámico, comparten la literalidad y la naturaleza terrestre del Pacto Abrahámico.

Incondicional

Además de ser literales, estas obligaciones del pacto son incondicionales. Una promesa incondicional es lo opuesto a una promesa condicional, que requiere algún tipo de cumplimiento por parte de una de las partes contratantes antes de que la otra parte esté obligada a cumplir. Si estas promesas fueran condicionales, Israel estaría obligado a hacer algo antes de que Dios estuviera obligado a cumplir Sus obligaciones del pacto. Sin embargo, estas promesas son, en realidad, incondicionales. En otras palabras, el desempeño final en el cumplimiento de estas promesas descansa únicamente en lo que Dios se ha obligado a hacer, independientemente del desempeño de Israel.

El finado erudito de la profecía, el Dr. John F. Walvoord, identifica cuatro razones por las cuales estas promesas son incondicionales.[1] En primer lugar, Walvoord señala la típica ceremonia de ratificación del pacto del antiguo Cercano Oriente, que Dios usó para establecer el Pacto Abrahámico (Gn. 15). En esta ceremonia, se colocaban cadáveres de animales cortados en dos filas paralelas, y las partes del pacto pasaban por estas filas. Una ocasión tan solemne atestiguaba el hecho de que, si las partes no cumplían con sus obligaciones bajo el pacto, entonces ellas, también, debían ser cortadas, como lo habían sido los animales (Jer. 34:8–10, 18–19). Lo que es único acerca del Pacto Abrahámico es que Abraham nunca pasó a través de los pedazos de animales cortados. Después de que Dios durmió a Abraham, sólo Él, representado por el horno y la antorcha, pasó a través de los pedazos de animales (Génesis 15:12, 17). Esto significa que sólo Dios hará realidad todas las promesas en el Pacto Abrahámico unilateralmente. 

Segundo, no hay condiciones establecidas para la obediencia de Israel en Génesis 15. Si Israel tuviera que hacer algo antes de que Dios pudiera cumplir con Sus obligaciones, tal condición habría sido mencionada. Debido a que no hay condiciones establecidas para que Israel actúe antes de que Dios pueda cumplir, el pacto debe descansar únicamente en Dios para su cumplimiento. Tercero, el Pacto Abrahámico es llamado eterno (Génesis 17:7, 13, 19) e inmutable (Heb. 6:13-18). Por lo tanto, el cumplimiento final del pacto no puede descansar en la actuación de hombres volubles y pecadores. Debido a que sólo Dios es eterno e inmutable, sólo Él hará cumplir las promesas del pacto. Cuarto, el pacto se reafirma trans-generacionalmente a pesar de la perpetua desobediencia nacional de Israel. No importa cuán malvada se volviera cada generación, Dios siguió reafirmando perpetuamente el pacto con Israel (Jer. 31:35-37). Si el pacto estuviera condicionado a la actuación de Israel, habría sido revocado hace mucho tiempo, debido a la desobediencia de Israel en lugar de reafirmarse continuamente.

Incumplido 

Además de ser literal e incondicional, el pacto, incluso hasta la hora presente, permanece incumplido. Si bien algunos podrían argumentar que algunas partes del pacto han logrado un cumplimiento pasado, cuando se interpreta literalmente, la mayor parte del pacto permanece sin cumplirse, esperando así una realización futura. Algunos desafían los aspectos incumplidos del pacto al afirmar que se cumplió en los días de Josué (Jos. 11:23; 21:23–45), o durante la porción próspera del reinado de Salomón (1 Reyes 4:20–21; 8:56).[2] Sin embargo, varias razones hacen que esta interpretación sea sospechosa.[3]

Por ejemplo, el contexto extendido de los pasajes citados anteriormente indica que las promesas de la tierra no se cumplieron por completo en los días de Josué (13:1–7; Jue. 1:19, 21, 27, 29, 30–36). Además, la tierra que Israel alcanzó en la conquista fue sólo una fracción de la que se encontraba en el Pacto Abrahámico.4 Además, las promesas de la tierra no podrían haberse cumplido en la época de Josué, ya que Israel aún no había conquistado Jerusalén (Jos. 15:63). La conquista de Jerusalén tendría que esperar otros cuatrocientos años, hasta el reinado davídico (2 S. 5). 

Aunque Salomón ganó un gran porcentaje de la tierra, su imperio sólo se extendió hasta la frontera de Egipto (1 Reyes 4:21), en lugar de hasta el río prometido de Egipto (Gn. 15:18), de acuerdo con lo que Dios le prometió inicialmente a Abraham.[5]  Con respecto a la noción de que las promesas de la tierra se cumplieron bajo el reinado de Salomón, Thomas Constable observa:

Esto no significa que el Pacto Abrahámico se cumplió en la época de Salomón (Gn. 15:18–20), porque no todo este territorio se incorporó a los límites geográficos de Israel; muchos de los reinos sometidos conservaron su identidad y territorio, pero pagaban impuestos (tributo) a Salomón. Los propios límites geográficos de Israel eran “desde Dan hasta Beerseba” (1 Reyes 4:25).[6] 

Además, el Pacto Abrahámico promete que Israel poseería la tierra para siempre (Gn. 17:7–8, 13, 19). Esta promesa eterna obviamente nunca se ha cumplido, debido al posterior desalojo de Israel de la tierra unos siglos después del reinado de Salomón (2 Reyes 17; 25). Además, si las promesas de la tierra se cumplieron en los días de Josué o Salomón, entonces, ¿por qué los profetas posteriores tratan estas promesas como si aún no se hubieran cumplido? (Amós 9:11–15). Ciertamente, la promesa del Nuevo Pacto de que Dios escribiría sus leyes en los corazones de Israel (Jer. 31:31–34) nunca se ha cumplido. La desobediencia nacional de Israel está bien documentada en las páginas de las Escrituras. De hecho, Israel sigue siendo en gran medida una nación que rechaza a Cristo hasta el día de hoy.

La conclusión es que, si el Pacto Abrahámico y sus sub-pactos relacionados son literales (interpretados en términos ordinarios y terrenales); incondicionales (descansando sólo en Dios para el desempeño en lugar de en Israel); e incumplidos (nunca se cumplieron históricamente, por lo tanto, requieren un cumplimiento futuro); entonces debe haber un tiempo futuro en la historia en el que Dios cumplirá lo que pactualmente Él mismo se ha obligado a hacer. Dios debe hacer lo que dijo que haría, ya que es contrario a Su naturaleza mentir, falsificar, o equivocarse en cualquier sentido (Nm. 23:19; Tito 1:2; He. 6:18). Por lo tanto, dicho cumplimiento futuro del Pacto Abrahámico y los sub-pactos relacionados aumenta la expectativa bíblica de un futuro reino terrenal.

Continuará

Traducido por Donald Dolmus
En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)

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El Dr. Andy Woods es oriundo de California, donde asistió a la universidad y obtuvo una licenciatura en Derecho. En 1998, cambió de rumbo y comenzó a hacer la transición del Derecho a la Teología, cuando decidió ingresar al seminario.

Finalmente obtuvo un Doctorado en Exposición Bíblica del Seminario Teológico de Dallas. Actualmente se desempeña como pastor en la Iglesia Bíblica de Sugar Land, en el área de Houston, mientras se desempeña como Presidente del Seminario Teológico Chafer, en Albuquerque, Nuevo México. Es un escritor prolífico y un conferenciante muy solicitado.

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Notas finales

[1] John F. Walvoord, The Millennial Kingdom (Findlay, OH: Dunham, 1959), 149-52.

[2] Hank Hanegraaff, The Apocalypse Code (Nashville, TN: Nelson, 2007), 52-53, 178-79.

[3] Arnold G. Fruchtenbaum, Israelology: The Missing Link in Systematic Theology, rev. ed. (Tustin, CA: Ariel, 1994), 521-22, 631-32; John F. Walvoord, Major Bible Prophecies (Grand Rapids: Zondervan, 1991), 82.

[4] See the helpful map showing what was promised in the Abrahamic Covenant in comparison to what was attained in the conquest in Thomas L. Constable, “Notes on Numbers,” online: www.soniclight.com, accessed 13 January 2012, 98.

[5] Charles C. Ryrie, The Ryrie Study Bible: New American Standard Bible (Chicago: Moody, 1995), 533.

[6] Thomas L. Constable,“1 Kings,” in The Bible Knowledge Commentary, ed. John F. Walvoord and Roy B. Zuck (Colorado Springs, CO: Chariot Victor, 1985), 497.

Serie: El Reino Venidero – Índice

Por Dr. Andy Woods

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El Reino Venidero – Parte 1

El Reino Venidero – Parte 2

El Reino Venidero – Parte 3

El Reino Venidero – Parte 4

El Reino Venidero – Parte 5

El Reino Venidero – Parte 6

El Reino Venidero – Parte 7

El Reino Venidero – Parte 8

El Reino Venidero – Parte 9

El Reino Venidero – Parte 10

El Reino Venidero – Parte 11

El Reino Venidero – Parte 12

El Reino Venidero – Parte 13

El Reino Venidero – Parte 14

El Reino Venidero – Parte 15

El Reino Venidero – Parte 16

El Reino Venidero – Parte 17

El Reino Venidero – Parte 18

El Reino Venidero – Parte 19

El Reino Venidero – Parte 20

El Reino Venidero – Parte 21

El Reino Venidero – Parte 22

El Reino Venidero – Parte 23

El Reino Venidero – Parte 24

El Reino Venidero – Parte 25

El Reino Venidero – Parte 26

El Reino Venidero – Parte 27

El Reino Venidero – Parte 28

El Reino Venidero – Parte 29

El Reino Venidero – Parte 30

El Reino Venidero – Parte 31

El Reino Venidero – Parte 32

El Reino Venidero – Parte 33

El Reino Venidero – Parte 34

El Reino Venidero – Parte 35

El Reino Venidero – Parte 36

El Reino Venidero – Parte 37

El Reino Venidero – Parte 38

El Reino Venidero – Parte 39

El Reino Venidero – Parte 40

El Reino Venidero – Parte 41

El Reino Venidero – Parte 42

El Reino Venidero – Parte 43


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