viernes, 22 de noviembre de 2013

Lo que un Dios Soberano no Puede Hacer



Una de las expresiones más comunes que uno escucha en los círculos cristianos, especialmente para consuelo cuando las cosas no van bien, es que “Dios está en control, Él aún está en el trono”. Los cristianos se consuelan con estas palabras pero, ¿qué significan? ¿Dios no estaba en “control” cuando Satanás se rebeló y cuando Adán y Eva desobedecieron, pero ahora sí lo está? El hecho de que Dios esté en control, ¿significa que todas las violaciones, asesinatos, guerras y la maldad multiplicada son exactamente lo que Él planeó y lo que desea?
Cristo nos pide que oremos, “Venga tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:10). ¿Por qué esa oración si ya estamos en el reino de Dios con Satanás atado, tal como Juan Calvino enseñó y los Reconstruccionistas afirman hoy en día? ¿Podría un mundo de maldad desenfrenada ser en realidad lo que Dios desea? ¡Seguro que no!
“¡Espere un minuto!”, alguien argumenta. “¿Está sugiriendo que nuestro Dios omnipotente no puede realizar Su voluntad en la tierra? ¡Qué clase de herejía es ésta! Pablo dice claramente que Dios ‘hace todas las cosas según el designio de su voluntad’ (Efesios 1:11)”.
Sí. Pero la Biblia misma contiene muchos ejemplos de hombres desafiando la voluntad de Dios y desobedeciéndole. Dios se lamenta, “Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí” (Isaías 1:2). Los sacrificios que le ofrecen y sus malas vidas no están, obviamente, de acuerdo con Su voluntad. Se nos dice que “los fariseos y los intérpretes de la ley desecharon los designios de Dios” (Lucas 7:30). La declaración de Cristo en Mateo 7:21 muestra claramente que no todo el mundo hace siempre la voluntad de Dios. Esto también está implícito en Isaías 65:12; 1 Tesalonicenses 5:17-19; Hebreos 10:36; 1 Pedro 2:15, 1 Juan 2:17 y muchos otras Escrituras. De hecho, Efesios 1:11 no dice que todo lo que ocurre está de acuerdo a la voluntad de Dios, sino que de acuerdo con “el consejo” de Su voluntad. Es evidente que el consejo de la voluntad de Dios le ha dado al hombre la libertad para desobedecerle. No hay otra explicación para el pecado.
Sin embargo, en su afán de proteger la soberanía de Dios de cualquier desafío, A. W. Pink sostiene fervientemente: “Dios ordena de antemano todo lo que llega a ocurrir…Dios inicia todas las cosas, regula todas las cosas…”1 Edwin H. Palmer está de acuerdo: “Dios está detrás de todo. Él decide y causa que sucedan todas las cosas que ocurren…Él ha predestinado todo ‘según el designio de su voluntad’ (Ef. 1:11): el movimiento de un dedo…el error de un mecanógrafo – incluso el pecado”.2
Aquí nos enfrentamos con una distinción vital. Una cosa es que Dios, en Su soberanía y sin menoscabo de esa soberanía, dé al hombre el poder para rebelarse contra Él. Esto abriría la puerta para el pecado como responsabilidad exclusiva del hombre por una libre elección. Es algo totalmente diferente que Dios controle todo hasta el punto de que Él deba causar efectivamente que el hombre peque.
Es una falacia pensar que para que Dios esté en control de Su universo, Él deba, por lo tanto, predestinar e iniciar todo. De este modo, Él causa el pecado, luego castiga al pecador. Para justificar este punto de vista, se afirma que “Dios no tiene la obligación de extender Su gracia a aquellos que predestina al juicio eterno”. De hecho, sin embargo, la obligación no tiene ninguna relación con la gracia.
En realidad disminuye la soberanía de Dios sugerir que Él no puede usar para Sus propios propósitos lo que Él no predestina ni origina. No hay razón ni lógica ni bíblica de por qué un Dios soberano, por su propio designio soberano, no les pueda permitir a criaturas hechas a Su imagen, la libertad de una genuina elección moral. Y hay razones de peso de por qué lo haría.
Más de un ateo (o un buscador sincero que esté preocupado por el mal y el sufrimiento) nos dice en nuestras caras, “Usted afirma que Dios es todopoderoso. Entonces, ¿por qué no detiene el mal y el sufrimiento? ¡Si Él puede y no lo hace, es un monstruo; si no puede, entonces no es todopoderoso!”. El ateo piensa que nos tiene arrinconados.
La respuesta involucra ciertas cosas que Dios no puede hacer.
Pero Dios es infinito en poder, ¡así que no debe haber nada que él no pueda hacer! ¿En serio? El hecho mismo de que Él es infinito en poder significa que Él no puede fallar. Hay muchas otras cosas que seres finitos hacen todo el tiempo; pero que el Dios infinito, absolutamente soberano no puede hacer porque Él es Dios: mentir, engañar, robar, pecar, confundirse, etc. De hecho, muchas otras cosas que Dios no puede hacer son de vital importancia que las entendamos, al enfrentar los desafíos de los escépticos.
Por desgracia, hay muchas preguntas sinceras que la mayoría de los cristianos no pueden responder. Pocos padres se han tomado el tiempo para pensar en los muchos desafíos intelectuales y teológicos que sus hijos enfrentan de forma creciente, desafíos para los que la juventud de hoy no halla respuestas desde tantos púlpitos y lecciones de escuela dominical. Como resultado, un número creciente de aquellos criados en hogares e iglesias evangélicas están abandonando la “fe” que nunca entendieron adecuadamente.
¿Son la soberanía y el poder la cura para todo? Muchos cristianos superficialmente piensan que sí. Sin embargo, hay mucho para lo que la soberanía y el poder son irrelevantes. Dios actúa no sólo soberanamente, sino que en amor, gracia, misericordia, bondad, justicia y verdad. Su soberanía se ejerce solamente en perfecta armonía con todos Sus demás atributos.
Hay muchas cosas que Dios no puede hacer, no a pesar de lo que Él es, sino por quién Él es. Incluso Agustín, descrito como el primero de los tempranos así llamados Padres de la Iglesia, quien “enseñó la absoluta soberanía de Dios”,3 declaró, “Por lo tanto, Él no puede hacer algunas cosas por la sencilla razón de que es omnipotente”.4
Debido a su santidad absoluta, es imposible que Dios haga lo malo, que cause que otros hagan lo malo o incluso atraer a alguien hacia lo malo: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie…” (Santiago 1:13-14). Pero, ¿qué pasa con los muchos lugares en la Escritura donde dice que Dios tentó a alguien o que Él fue tentado? Por ejemplo, “probó Dios a Abraham” (Génesis 22:1). La palabra hebrea ahí y en todo el Antiguo Testamento es nacah, que significa probar o demostrar, como en la valoración de la pureza de un metal. No tiene nada que ver con tentar a pecar. Dios estaba probando la fe y la obediencia de Abraham.
Si Dios no puede ser tentado, ¿por qué se le advierte a Israel, “No tentaréis a Jehová vuestro Dios” (Deut. 6:16)? Incluso se nos dice que en Masah, al exigir agua, “tentaron a Jehová, diciendo: ¿Está pues Jehová entre nosotros, o no? (Éxodo 17:7). Luego, ellos “tentaron a Dios en su corazón, pidiendo comida a su gusto… y hablaron, ¿Podrá Dios poner mesa en el desierto? Ellos enojaron al Dios Altísimo” (Salmo 78:18, 41, 56).
Dios no estaba siendo tentado a hacer lo malo, Él estaba siendo provocado, así que Su paciencia estaba siendo probada. En lugar de esperar obedientemente a que Él satisficiera sus necesidades, Su pueblo estaba exigiendo que usara Su poder para darles lo que querían, para satisfacer sus deseos. Su “tentación” de Dios era un desafío blasfemo, que lo obligaba a ceder a sus deseos o a castigarlos por su rebelión.
Cuando Jesús fue “tentado por el diablo”, para que se arrojara desde el pináculo del templo para demostrar que los ángeles lo sostendrían en sus manos, Él citó Deuteronomio 6:16 — “No tentarás al Señor tu Dios” (Mateo 4:1-11). En otras palabras, ponernos deliberadamente en un lugar donde Dios debe actuar para protegernos, es tentarle.
Santiago sigue diciendo, “sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido”. La tentación a lo malo no proviene de afuera, sino de adentro. El hombre que podría no ser “tentado” a ser deshonesto en los negocios, podría sucumbir a la tentación de cometer adulterio y, así, sería deshonesto con su esposa. Se dice que “todo hombre tiene su precio”.

Dios no estaba tentando a Adán y a Eva a pecar cuando les dijo que no comieran de un árbol en particular. Eva fue tentada por su propia codicia y deseo egoísta. Aun en la inocencia, el hombre podía ser egoísta y desobediente. Vemos esto en niños pequeños, quienes aún probablemente no conocen la diferencia entre lo bueno y lo malo.

Adicionalmente, hay una serie de otras cosas que Dios no puede hacer. Dios no puede negarse a Sí mismo o contradecirse. Él no puede cambiar. No puede faltar a Su palabra. Específicamente en relación con la humanidad, hay algunas cosas que Dios no puede hacer, las cuales son muy importantes de entender y de explicar a otros. Uno de los conceptos más fundamentales (y menos comprendido por personas “religiosas”) es éste: Él no puede perdonar el pecado sin que la pena sea pagada y aceptada por el hombre.

¿Estamos diciendo que a pesar de Su soberanía y poder infinito, Dios no puede perdonar a quien Él quiera, que Él no puede simplemente hacer borrón y cuenta nueva en el registro celestial? Exactamente: Él no puede, debido a que Él es también perfectamente justo. “¿Así que está sugiriendo”, se quejan algunos, “que Dios quiere salvar a toda la humanidad, pero carece del poder para hacerlo? Es una negación de la omnipotencia y soberanía de Dios si hay algo que Él desee, pero que no pueda lograr”. De hecho, la omnipotencia y la soberanía son irrelevantes con respecto al perdón.
Cristo en el Jardín, la noche antes de la Cruz, clamó, (Mateo 26:39). Seguramente si hubiera sido posible proveer la salvación de cualquier otra forma, el Padre hubiera permitido que Cristo escapara los atroces sufrimientos físicos de la Cruz, y la infinita agonía espiritual de soportar la pena que Su justicia perfecta había pronunciado sobre el pecado. Pero incluso para el Dios Todopoderoso, no había otra forma. Es importante que expliquemos claramente esta verdad bíblica y lógica cuando presentemos el Evangelio.
Supongamos que un juez tiene ante él a un hijo, una hija u otros ser amado hallado culpable de múltiples asesinatos por el jurado. A pesar de su amor, el juez debe respetar la pena exigida por la ley. El amor no puede anular a la justicia. La única manera en la que Dios podía perdonar a los pecadores y permanecer justo, sería que Cristo pagara la pena por el pecado (Romanos 3:21-28).
Hay otros dos asuntos de vital importancia en relación con la salvación del hombre, que Dios no puede hacer: Él no puede obligar a nadie a amarlo; y Él no puede obligar a nadie a aceptar un regalo. Por la misma naturaleza del amor y el dar, el hombre deber tener el poder de elegir. La recepción del amor de Dios y el regalo de la salvación por medio de Jesucristo, sólo puede ser por un acto del libre albedrío del hombre.
Algunos argumentan que si fuera la voluntad de Dios que todos los hombres sean salvos, el hecho de que no todos se salvan significa que la voluntad de Dios se frustraría y que Su soberanía sería anulada por los hombres. También se argumenta que si un hombre puede decir sí o no a Cristo, él tiene la palabra final en su salvación y su voluntad es más fuerte que la voluntad de Dios: “La herejía del libre albedrío destrona a Dios y entrona al hombre”.5
No hay nada en la Biblia o en la lógica que sugiera que la soberanía de Dios requiera que el hombre sea incapaz de tomar una decisión real, moral o de otra clase.
Darle al hombre el poder de tomar una decisión genuina e independiente no disminuye el control de Dios sobre Su universo. Siendo omnipotente y omnisciente, Dios ciertamente podría arreglar las circunstancias para impedir que la rebelión del hombre frustre Sus propósitos. De hecho, Dios incluso podría usar el libre albedrío del hombre para ayudar a cumplir Sus propios planes y, de este modo, ser glorificado aún más.
El gran designio de Dios desde la fundación del mundo de otorgarle al hombre el Regalo de Su amor, excluye a cualquier capacidad para forzar ese Regalo sobre cualquiera de Sus criaturas. Tanto el amor como los regalos de cualquier tipo deben ser recibidos. La fuerza pervierte la transacción.
El hecho de que Dios no puede fallar, mentir, pecar, cambiar o negarse a Sí mismo, no disminuye en lo más mínimo Su soberanía. Ni tampoco es menos soberano debido a que no puede obligar a nadie a amarlo o a recibir el regalo de la vida eterna por medio de Jesucristo. Y desde el lado del hombre, prevalece la limitación inversa: no hay nada que alguien pueda hacer para merecer o ganar el amor o un regalo. Deben ser dados gratuitamente desde el corazón de Dios, sin ninguna razón que no sea el amor, la misericordia y la gracia.
Maravillosamente, en Su gracia soberana, Dios ha constituido así al hombre y ha designado así un regalo que el hombre puede recibir voluntariamente por un acto de su voluntad y responder en amor al amor de Dios. Alguien ha dicho, “El libre albedrío del hombre es la más maravillosa de las obras del Creador”.6 El poder de elección abre la puerta a algo maravilloso más allá de la comprensión: una genuina comunión entre Dios y el hombre por la eternidad. Sin el libre albedrío, el hombre no podría recibir el regalo de la vida eterna, así que Dios no podría dárselo.
Pusey señala que “sin el libre albedrío, el hombre sería inferior a los animales inferiores, que tienen una especie de limitada libertad de elección…Sería contradictorio que el Dios Todopoderoso creara a un agente capaz de amarlo, sin ser capaz también de rechazar Su amor…sin el libre albedrío, no podríamos amar libremente a Dios. La libertad es una condición del amor”.7
Es el poder de una elección genuina del corazón y voluntad propios del hombre, que Dios le ha dado soberanamente que le permite a Dios amar al hombre, y al hombre recibir ese amor y amar a Dios a cambio “porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). Es imposible que el poder de elección pueda desafiar la soberanía de Dios, dado que es la soberanía de Dios la que ha otorgado este regalo sobre el hombre y establecido las condiciones para amar y dar.
Sugerir que a Dios le faltaría “poder” (negando así Su soberanía), si Él ofreciera la salvación y algunos la rechazaran es no entender el asunto. El poder y el amor no pertenecen a la misma discusión. De hecho, de las muchas cosas que hemos visto que Dios no puede hacer, una falta de “poder” no es la razón para ninguna de ellas, ni tampoco Su soberanía es mitigada en lo más mínimo por cualquiera de ellas.
Así pues, para que a la humanidad le haya sido dado por Dios el poder de elegir amarlo o no, y recibir o rechazar el regalo gratuito de la salvación; lejos de negar la soberanía de Dios, es admitir lo que la soberanía de Dios en sí ha proporcionado amorosa y maravillosamente.
Que voluntariamente podamos responder desde el corazón a Su amor con nuestro amor y, en gratitud por Su gran regalo, proclamar las buenas nuevas a otros.
Notas
1 Arthur W. Pink, The Sovereignty of God (Baker Book House, 1984), 240. 

2 Edwin H. Palmer, the five points of Calvinism (Baker Books, 1999), 25.
3 C. Norman Sellers, Election and Perseverance (Schoettle Publishing Co., 1987), 3.
4 Augustine of Hippo, The City of God (n.p.n.d.), V. 10.
5 W.E. Best, Free Grace Versus Free Will (W.E. Best Books Missionary Trust, 1977), 35.
6 Junius B. Reimensnyder, Doom Eternal (N.S. Quiney, 1880), 257; cited in Samuel Fisk, Calvinistic Paths Retraced (Biblical Evangelism Press, 1985), 223.
7 Edward B. Pusey, What Is Of Faith As To Everlasting Punishment? (James Parker & Co., 1881), 22-23; cited in Fisk, op. cit., 222.

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Traducido por Donald Dolmus
En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)

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