sábado, 18 de agosto de 2018

Los Días de Noé – Parte 1

Génesis 6




Los Hijos de Dios

La primera era de la historia humana llegó a su clímax y culminación en los días de Noé. La enfermedad del pecado, que comenzó de forma tan inocua cuando Eva fue tentada a dudar de la palabra de Dios, que luego comenzó a mostrar su verdadera fealdad en la vida de Caín, que llegó a la madurez en la civilización impía desarrollada por sus descendientes, finalmente descendió a un pantano de maldad y corrupción tan terrible que sólo un baño de agua mundial desde las ventanas del cielo podría purgar y limpiar la tierra febril. Las características de esos días espantosos y trágicos, por extraños que parezcan para nuestra cultura ilustrada de hoy en día, se repetirán en los días postreros de esta edad presente. Es urgentemente importante, desde el punto de vista tanto de la comprensión de la historia pasada como de la búsqueda de orientación para el futuro, que entendamos los eventos que tuvieron lugar en los días de Noé. 

Dos días antes de la crucifixión de Cristo, Sus discípulos le preguntaron, “¿Qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” (Mateo 24:3). Su respuesta apuntaba a una serie de “señales”, todas las cuales ocurren juntas en esa generación (es decir, la generación que vería las señales), sería la señal que habían pedido. Estas señales culminaban con la advertencia profética: “Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre” (Mateo 24:37-39). Así pues, Jesús no sólo verificó la historicidad del gran Diluvio, sino que también nos animó a estudiar de cerca las características de los días previos al Diluvio, ya que éstas también caracterizarían los días justo antes de Su regreso. 

Génesis 6:1, 2

Las condiciones morales y espirituales en el mundo antediluviano se habían deteriorado con el paso de los años, no sólo entre los cainitas sino también entre los setitas. El materialismo y la impiedad abundaban, excepto por el pequeño remanente conectado con la línea de la Simiente prometida, junto con aquellos pocos que pudieron haber sido influenciados por el testimonio de hombres como Enoc.

Luego, en los días de Noé, un evento extraño y terrible tuvo lugar, que llevó rápidamente a tal ola de violencia y maldad sobre la tierra que ya no había más remedio que la destrucción total. Los “hijos de Dios” vieron a las “hijas de los hombres” y las tomaron como esposas, los hijos de tales uniones eran “gigantes en la tierra”, poderosos hombres de renombre, monstruos no sólo en tamaño sino también en maldad (Génesis 6:1, 2, 4).

La primera reacción de alguien a este pasaje (y la interpretación estándar de los liberales) es pensar de los cuentos de hadas de la antigüedad, las leyendas de ogros y dragones, y los mitos de los dioses que se relacionan con los hombres — y luego descartar toda la historia como leyenda y superstición.

Por otro lado, los cristianos modernos a menudo han tratado de hacer que la historia sea más aceptable intelectualmente al explicar que los “hijos de Dios” son setitas y que las “hijas de los hombres” son cainitas, con su unión representando la destrucción del muro de separación entre los creyentes y los incrédulos. Otra posible interpretación que evita las implicaciones sobrenaturales es que la frase “hijos de Dios” se refería a reyes y nobles, en cuyo caso la mezcla así descrita es simplemente una descripción de la realeza que se casa con plebeyos. 

Sin embargo, ninguna de estas interpretaciones naturalistas explica por qué la progenie de tales uniones sería “gigantes” o por qué conducirían a la violencia y corrupción universal. Aunque la Escritura enseña que los creyentes no deberían casarse con incrédulos (2 Corintios 6:14; 1 Corintios 7:39), no hay indicio alguno de que este pecado en particular sea imperdonable o más productivo de deterioro moral general que otros pecados. Independientemente de las dificultades intelectuales, parece claro que algo más allá de lo normal y natural se describe aquí en estos versículos. 

La interpretación del pasaje obviamente gira sobre el significado de la frase “hijos de Dios” (bene elohim). En el Nuevo Testamento, por supuesto, este término se usa con referencia a todos los que han nacido de nuevo mediante la fe personal en Cristo (Juan 1:12; Romanos 8:14, etc.), y el concepto de la relación espiritual de los creyentes con Dios como análoga a la de los hijos con un padre también se encuentra en el Antiguo Testamento (Salmo 73:15; Oseas 1:10; Deuteronomio 32:5; Éxodo 4:22; Isaías 43:6). Sin embargo, ninguno de estos ejemplos, usa la misma frase de Génesis 6:2, 4; además, en cada caso el significado no es realmente paralelo al significado aquí en Génesis. Ni a los descendientes de Set ni a los verdaderos creyentes de cualquier tipo se les ha mencionado anteriormente en Génesis como hijos de Dios en ningún tipo de sentido espiritual y, a excepción de Adán mismo, no podrían haber sido hijos de Dios en un sentido físico. En contexto, tal significado estaría forzado, por decir lo menos, en ausencia de cualquier tipo de explicación. El único significado obvio y natural sin tal aclaración es que estos seres eran hijos de Dios, más que de hombres, porque habían sido creados, no habían nacido. Tal descripción, por supuesto, se aplicaría sólo a Adán (Lucas 3:38) y a los ángeles, a quienes Dios había creado directamente (Salmos 148:2, 5; 104:4; Colosenses 1:16).

La frase real bene elohim se usa otras tres veces, todas en el muy antiguo de Job (1:6; 2:1; 38:7). No hay duda de que, en estos pasajes, el significado aplica exclusivamente a los ángeles. Una forma muy similar (bar elohim) se usa en Daniel 3:25, y también se refiere a un ángel o a una teofanía. El término “hijos del poderoso (bene elim, NASB) se usa en Salmos 29:1 y también en Salmos 89:6, y de nuevo se refiere a los ángeles. Por lo tanto, no parece haber alguna duda razonable de que, en lo que respecta al lenguaje en sí, la intención del autor era transmitir la idea de ángeles — ángeles caídos, sin duda, puesto que estaban actuando en oposición a la voluntad de Dios. Éste también era el significado puesto en el pasaje por los traductores griegos de la Septuaginta, por Josefo, por el escritor del antiguo libro apócrifo de Enoc, y por todos los otros intérpretes judíos antiguos y los primeros escritores cristianos. Aparentemente, los primeros escritores cristianos en sugerir la interpretación setita fueron Crisóstomo y Agustín.

La razón para cuestionar este significado obvio, además de los matices sobrenaturales, es (para los que no rechazan la idea de ángeles) la opinión de que sería imposible que los ángeles tengan relaciones sexuales con mujeres humanas y tener hijos con ellas. Sin embargo, esta objeción presupone más acerca de las habilidades angélicas de lo que sabemos. Cada vez que los ángeles se han aparecido visiblemente a los hombres, como se registra en la Biblia, han aparecido en los cuerpos físicos de hombres. Aquellos que se reunieron con Abraham, por ejemplo, realmente comieron con él (Génesis 18:8) y, más tarde, se les aparecieron a los habitantes de Sodoma en una forma tan perfectamente humana que los sodomitas estaban tratando de llevarse a estos “hombres” para propósitos homosexuales. El escritor de Hebreos sugiere que, en varias ocasiones, algunos “sin saberlo, hospedaron ángeles” (Hebreos 13:2). 

Es cierto que el Señor Jesús dijo que “en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles de Dios en el cielo” (Mateo 22:30). Sin embargo, esto no es equivalente a decir que los ángeles son “asexuados”, ya que las personas que comparten la resurrección seguramente conservarán su propia identidad personal, ya sea masculina o femenina. Además, los ángeles siempre son descritos, cuando se aparecen, como “hombres”, y el pronombre “él” siempre se usa en referencia a ellos. De alguna manera, Dios les ha dado la capacidad de materializarse a sí mismos en forma masculina humana cuando las circunstancias lo requieren, aun cuando sus cuerpos no están bajo el control de las fuerzas gravitacionales y electromagnéticas, que limitan nuestros propios cuerpos en esta vida presente.

Cuando Jesús dijo que los ángeles de Dios en el cielo no se casan, esto no necesariamente significa que aquellos que han sido expulsados del cielo fueran incapaces de hacerlo. Claramente no era la voluntad o intención de Dios que los ángeles se mezclaran de tal manera con las mujeres humanas, pero estos ángeles malvados no estaban preocupados con la obediencia a la voluntad de Dios. De hecho, fue probablemente con el propósito de intentar frustrar la voluntad de Dios que este batallón en particular de los “hijos de Dios” participó en esta invasión ilegal de los cuerpos de las hijas de los hombres.

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Este artículo fue tomado de la magistral obra “The  Genesis Record”, escrito por el Dr. Henry Morris. 

El Dr. Henry Madison Morris nació en Dallas, Texas en 1918. Se licenció en Ingeniería Civil por la Rice University de Houston en 1939. Posteriormente obtuvo el grado de Master en Hidráulica en la Universidad de Minnesota (1948), y su Doctorado en Ingeniería Hidráulica en 1950 en la misma universidad.


Al año siguiente se convirtió en catedrático de Ingeniería Civil en la Universidad de Louisiana en Lafayette. Posteriormente fue profesor de Ciencia Aplicada en Southern Illinois y más tarde Jefe del Departamento de Ingeniería Civil de la Virginia Tech University.

El Dr. Morris fundó en 1970 el Institute for Creation Research con el propósito de llevar a cabo investigaciones científicas en el área de los orígenes e historia de la Tierra.


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Traducido por Donald Dolmus
En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)

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