Pintura "I AM" (Yo Soy), por Keith Goodson.
El simbolismo del Cordero Sufriente y el León Conquistador en las Escrituras hebreas está relacionado con el Mesías. Como el Cordero Sufriente, fue profetizado que el Mesías vendría y que moriría por los pecados de la humanidad.
El concepto de un Mesías como un Cordero Sufriente está arraigado en la fiesta de la Pascua y el requisito de que cada familia tomara un cordero macho sin defecto y lo sacrificara como expiación por sus pecados. Cuando la Pascua fue instituida, mientras los hijos de Israel aún estaban en cautividad en Egipto, se le requería a cada familia que pusiera la sangre de un cordero en los postes de la puerta, y esto servía como una señal para que el ángel de la muerte pasara sobre esa casa en particular y perdonara la vida del hijo primogénito.
Sabemos, por supuesto, que tal sacrificio era insuficiente, porque Hebreos 9 dice que la sangre de animales es insuficiente para purificar a alguien del pecado y que nuestra purificación del pecado proviene sólo de la sangre de Cristo, quien por medio del Espíritu eterno se ofreció a Sí mismo sin defecto a Dios. La sangre de animales no podía expiar los pecados, pero el sacrificio aún era importante ya que el sacrificio era una expresión de fe y, como tal, proveía una cobertura temporal de sus pecados. No perdonaba sus pecados, pero proveía una cobertura temporal. El perdón completo tendría que esperar el sacrificio de un hombre perfecto – el Cordero de Dios. Ésa es la razón por la que los santos del Antiguo Testamento no iban al Cielo cuando morían.
No sé si usted se dé o no cuenta de eso, pero cuando los santos del Antiguo Testamento antes de la Cruz morían, no iban al Cielo. En cambio, sus espíritus iban a un lugar temporal de espera llamado “Seol” en el Antiguo Testamento o “Hades” en el Nuevo Testamento. El Hades, o en el hebreo “Seol”, tenía dos compartimentos. El de la izquierda – el Paraíso – era el lugar de espera de los espíritus de los justos – los espíritus de los salvos. A la derecha estaba el Tormento, el lugar de espera de los espíritus de los injustos – los no salvos – y entre ellos había un abismo que nadie podía cruzar.
Los salvos no podían ir al Cielo y vivir en la presencia de un Dios santo debido a que sus pecados sólo estaban cubiertos por su fe y no estaban perdonados. Tuvieron que esperar el sacrificio del perfecto Cordero de Dios. Cuando Jesús fue sacrificado en la Cruz, se nos dice que Su Espíritu descendió al Hades y se nos dice en 1 Pedro 3 que Él hizo una proclamación. No nos dice cuál fue la proclamación, pero podemos adivinar cuál fue – que la sangre del perfecto Cordero de Dios había sido derramada.
Sólo puedo imaginar el rugido de celebración que debe haber provenido de los santos que habían estado esperando durante todos esos años esa noticia gloriosa. Ahora sus pecados no sólo estaban cubiertos, sus pecados estaban perdonados y podían finalmente ir al Cielo. Creo que éste es el significado de un pasaje muy enigmático que se encuentra en Efesios 4:8 que dice, “Cuando [Jesús] ascendió a lo alto, se llevó consigo a los cautivos y dio dones a los hombres” (NVI). Jesús vació el Paraíso del Hades y se llevó el Paraíso al Cielo. En otras palabras, cuando Jesús ascendió al Cielo, tomó al Paraíso con Él.
Pablo después afirmó esto en 2 Corintios 12 cuando dijo que él había sido llevado al tercer Cielo. El primer Cielo es la atmósfera de este planeta, el segundo Cielo es el espacio exterior, el tercer Cielo es el Cielo donde Dios reside. Pablo dice que él fue llevado al tercer Cielo, al que él precede a identificar como el Paraíso, prueba positiva de que Jesús movió el Paraíso del Hades al Cielo al momento de Su ascensión.
Ahora, desde la Cruz, cuando un creyente muere, su espíritu va directamente al Cielo. Todo cambió con la Cruz. Hoy, cuando una persona pone su fe en Jesucristo como Señor y Salvador y nace de nuevo, cuando esa persona muere su espíritu va directamente al Cielo y no al Hades. Es una situación diferente después de la Cruz que antes de la Cruz, porque cuando hoy ponemos nuestra fe en Jesucristo nuestros pecados no sólo son perdonados, también son olvidados. No sólo son cubiertos, son lavados. ¡Alabado sea Dios! Y, por lo tanto, cuando morimos vamos directamente al Cielo. La sangre de Jesús, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado.
En Isaías 53 encontramos una declaración formidable acerca de Jesús como el cordero sufriente. Éste es el pasaje más grande de todos los pasajes del cordero sufriente en el Antiguo Testamento. En Isaías 53:7, Isaías profetizó que el Mesías sería como un cordero que es llevado al matadero y como una oveja que calla antes sus trasquiladores. Él no abriría Su boca.
En el próximo episodio de “Jesús, el Cordero y el León”, veremos a Jesús como el León Conquistador.
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Traducido por Donald Dolmus
En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)
Original article:
Jesus the Lamb and Lion: The Suffering Lamb
Cortesía de:
The Christ in Prophecy Journal (lamblion.us)
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