lunes, 1 de noviembre de 2021

Libro: Viviendo para Cristo en los Tiempos del Fin – Capítulo 5 (parte 1 de 2)

Depender del Espíritu Santo

Por Dr. David R. Reagan

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“¡Pueden comprar el Espíritu Santo por un centavo!”. Nunca olvidaré esas palabras blasfemas. Todavía retrocedo horrorizado cada vez que pienso en ellas, a pesar de que han pasado 60 años desde que las escuché.

Lo crea o no, las gritó un evangelista visitante, mientras predicaba en la iglesia de mi niñez. Se le conocía en todas partes como un predicador que podía “sofocar al Espíritu Santo”. Las iglesias lo llamaban para sofocar cualquier “emocionalismo del Espíritu Santo” que pudiera estar comenzando.

Predicaría poderosamente sobre los peligros de enfatizar el Espíritu Santo — cómo eso conduciría a un emocionalismo desenfrenado y luego a un comportamiento irracional. El clímax de su sermón siempre llegaba cuando buscaba en el bolsillo de su abrigo, sacaba un pequeño Nuevo Testamento de bolsillo, lo agitaba en el aire y gritaba: “¿Quieres el Espíritu Santo? ¡Puedes comprar el Espíritu Santo por un centavo!”. ¡Fue el sermón más emotivo que he escuchado contra el emocionalismo!

El punto que él estaba haciendo es uno con el que crecí — es decir, que el Espíritu Santo es la Biblia. Nuestra posición era que cuantas más escrituras memorizaras, más Espíritu Santo recibirías. No teníamos el concepto de que el Espíritu Santo fuera una persona del Dios único. Para nosotros, el Espíritu Santo era un objeto inanimado.

Tenía 16 años cuando escuché este sermón. Ya me había dado cuenta de que nuestro concepto del Espíritu Santo estaba completamente equivocado, razón por la cual el sermón me irritó con tanta fuerza. Mi revelación sobre el Espíritu Santo había llegado unos tres años antes, cuando tenía 13 años.

Lidiando con el Fantasma Santo

Tenga en cuenta que, cuando era adolescente, la única versión de la Biblia que teníamos era la King James. Se refería al Espíritu Santo como el Fantasma Santo (esa versión lo traduce como Holy Ghost; nota del traductor), y el uso del término fantasma me presentaba un gran problema.

Se suponía que los fantasmas eran algo malvado y aterrador. Yo era un boy scout, y cuando íbamos de campamento, nos sentábamos alrededor de la fogata y contábamos historias de fantasmas, tratando de asustarnos unos a otros. Por lo general, lo lográbamos y, a menudo, ¡pasábamos la noche durmiendo juntos en la misma tienda!

Con este trasfondo, seguía preguntándome cómo este Fantasma Santo [Holy Ghost] en la Biblia podría ser bueno. Cuando leí acerca de Él, ciertamente parecía ser bueno, sin embargo, era llamado fantasma. Simplemente no tenía sentido para mí.

Entonces, un sábado por la mañana, tomé un autobús urbano y fui al centro de mi ciudad natal de Waco, Texas. Pagué nueve centavos para ir al Strand Theatre a ver una doble función de películas de vaqueros. Para mí era un ritual habitual de los sábados por la mañana. Entre las películas siempre mostraban una serie que solía dejar a una damisela angustiada atada a las vías del tren. También mostraban una comedia animada.

Esta mañana en particular, la comedia era una que había visto antes. Se llamaba “Gasparín, el fantasma amistoso”. Mientras estaba sentado viendo a este simpático fantasma que ayudaba a la gente en problemas, de repente se me ocurrió que el Espíritu Santo [Holy Ghost] en la Biblia debe ser una persona como ese fantasma en la pantalla. Eso resolvió mi lucha teológica — hasta tres años después, cuando pasé por un rito de iniciación en nuestra iglesia llamado “Clase de Entrenamiento para Hombres Jóvenes”. Éste era un curso obligatorio para todos los jóvenes de 16 años. En él, se nos enseñaba a orar públicamente, dirigir el canto y servir la comunión. También nos enseñaban las doctrinas fundamentales de nuestra iglesia.

Nunca olvidaré la noche en que llegamos al tema del Espíritu Santo [Holy Ghost]. El maestro preguntó: “¿Quién puede definir el Espíritu Santo para mí?”.

Mi mano se estiró. “El Espíritu Santo es como Gasparín, el fantasma amistoso y . . .”.

Hasta allí llegué. La maestra me interrumpió a mitad de la oración. Me hizo saber en términos inequívocos que relacionar a Gasparín con el Espíritu Santo era una tontería. Nos dejó en claro a todos que el Espíritu Santo era la Biblia. Pero no me convenció. Seguí siendo un creyente secreto de Gasparín.

Una Larga Historia de Confusión

A lo largo de los años, descubrí que la confusión de mi iglesia acerca del Espíritu Santo no era nada única. La confusión tampoco era nada nuevo. Ha existido a lo largo de la historia de la Iglesia. De hecho, puede encontrarla en el Nuevo Testamento.

En Hechos 19 se nos dice que cuando Pablo llegó a Éfeso en su tercer viaje misionero, encontró algunos discípulos. Les preguntó: “Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?” Su asombrosa respuesta fue: “Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo” (Hechos 19:2).

Ésa fue una situación trágica. Pero lo que es aún más trágico es el hecho de que casi 2000 años después, la misma ignorancia del Espíritu Santo existe en la Iglesia moderna. Esto fue claramente revelado en una encuesta realizada en 1997 por el Grupo de Investigación Barna de Oxnard, California. La encuesta mostró que sólo el 40% de los estadounidenses creen en la existencia del Espíritu Santo. Pero lo que fue aún más sorprendente fue la respuesta de los “cristianos nacidos de nuevo”. Más de 5 de cada 10 cristianos nacidos de nuevo (55%) estuvieron de acuerdo en que el Espíritu Santo es un símbolo de la presencia o el poder de Dios, ¡pero no una entidad viviente!1 Parece que a los cristianos se les ha lavado el cerebro para creer que el Espíritu Santo es un poder impersonal como “La Fuerza”, en La Guerra de las Galaxias.

Necesitamos tomarnos en serio la naturaleza y el propósito del Espíritu Santo si queremos tener alguna esperanza de vivir una vida triunfante en estos tiempos del fin. Satanás conoce la profecía bíblica. Sabe que vive con un tiempo prestado. Está decidido a llevarse consigo a tanta gente como pueda. Está decidido a causar estragos en la vida de los cristianos y en sus iglesias. Nuestra única esperanza de enfrentarnos a sus ataques cada vez más intensos es aprender a confiar en el poder del Espíritu Santo de Dios.

Las Causas de la Confusión

¿Por qué hay tanta confusión sobre el Espíritu, y por qué siempre ha sido así en la Iglesia? Creo que se relaciona en parte con el papel modesto del Espíritu. Como veremos, una de sus funciones principales es señalar a las personas a Jesús como Salvador y Señor. No llama la atención sobre sí mismo. Trabaja entre bastidores. Otro factor se relaciona con los muchos símbolos que se usan del Espíritu en las Escrituras — como el viento, la lluvia y el fuego. Estos símbolos parecen connotar una fuerza impersonal.

Nuestro Dios Creador se nos ha revelado como Padre. Ése es un concepto que podemos captar. Jesús tomó un cuerpo humano y vivió entre nosotros. Tenemos biografías de él. Pero, para la mayoría de la gente, el Espíritu Santo es una entidad oscura y difícil de captar. Para muchos, tratar de captar el concepto es como intentar clavar gelatina en una pared.

La Identidad del Espíritu

Entonces, veamos por un momento la identidad del Espíritu Santo. Lo primero que debe tener en cuenta es que nunca se hace referencia al Espíritu como un “eso”. El Espíritu no es un objeto inanimado. Con respecto a la Biblia, el Espíritu está íntimamente relacionado con la Palabra de Dios, porque fue el Espíritu quien inspiró a los escritores bíblicos (2 Timoteo 3:16), pero la Biblia es la palabra del Espíritu, no el Espíritu mismo (Efesios 6:17). El Espíritu obra a través de la Biblia para atraer a la gente a Jesús, aunque la obra del Espíritu no se limita al testimonio de las Escrituras. El Espíritu puede testificar directamente a nuestro espíritu (Romanos 8:16).

El Espíritu Santo es una persona. Siempre se hace referencia al Espíritu directamente en las Escrituras como “Él”. Refiriéndose al Espíritu, Jesús les dijo a Sus discípulos que, cuando se fuera, enviaría un “Consolador” (Paracletos en griego, que significa un ayudante o intercesor). Jesús agregó: “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:7–8). Para Jesús, el Espíritu Santo era “Él”, no “Eso”.

La Biblia dice que se le puede mentir al Espíritu Santo (Hechos 5:3–4). También dice que el Espíritu Santo puede ser apagado (1 Tesalonicenses 5:19) y contristado (Efesios 4:30). Éstas son características de una personalidad. No se le puede mentir a una silla, apagar una pared o entristecer a una lámpara.

El Espíritu Santo es la presencia sobrenatural de Dios en el mundo hoy. Pablo lo expresó de esta manera: “El Señor es el Espíritu” (2 Corintios 3:17). Lucas declaró que el Espíritu Santo es “el Espíritu de Jesús” (Hechos 16:6–7). Pedro comparó el Espíritu Santo con Dios el Padre, cuando le dijo a Ananías y Safira que le habían mentido al Espíritu Santo (Hechos 5:3), y luego agregó: “No has mentido a los hombres, sino a Dios” (Hechos 5:4). Recuerde ese viejo axioma de la geometría: “Las cosas iguales a una misma cosa son iguales entre sí”.

El Espíritu Santo es una de las tres personas que constituyen el Dios único. Ésa es la razón por la que se nos dice que seamos bautizados “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19). Como tal, Él es co-igual a Jesús y al Padre, pero juega un papel diferente.

La Obra del Espíritu

Esto nos lleva a la obra del Espíritu. El Espíritu Santo tiene dos roles: uno hacia el incrédulo y otro dentro del creyente. En cuanto al incrédulo, el Espíritu Santo es el evangelista del Padre. Con respecto al creyente, Él es el Alfarero del Padre. Consideremos estos dos roles en detalle.

Jesús resumió la obra del Espíritu con respecto a los incrédulos. Dijo que el Espíritu Santo convencería “al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). Específicamente, el Espíritu convence a los incrédulos de su pecaminosidad, les imprime la justicia de Jesús y les señala el juicio del infierno (Juan 16:9–11).

La Biblia deja en claro que ninguna persona puede venir a Jesús sin el testimonio del Espíritu Santo. Jesús lo expresó de esta manera: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan 6:44). ¿Y cómo atrae el Padre a los incrédulos a Jesús? A través del Espíritu Santo, que da testimonio de Jesús como el Hijo unigénito del Padre (Juan 15:26; 1 Juan 5:7).

Cuando una persona responde al testimonio del Espíritu, al aceptar a Jesús como Señor y Salvador, “nace de nuevo” (Juan 3:3), y el Padre le da a esa persona un regalo de cumpleaños muy especial: el Espíritu Santo (1 Corintios 12:13). Así es, el Espíritu Santo deja de estar en el exterior atrayendo a la persona hacia Jesús. En cambio, se mueve dentro de la persona y se instala dentro de ella (Romanos 8:9). Cuando lo hace, su función cambia.

El Espíritu en el Creyente

Dentro del creyente, el Espíritu Santo es el Alfarero del Padre. Su función es moldear a cada creyente a la imagen de Jesús (Romanos 8:29; Gálatas 4:19), un proceso al que la Biblia se refiere como santificación (Romanos 6:22; 2 Tesalonicenses 2:13). El Espíritu lo hace ante todo dándonos dones. Cada persona, cuando nace de nuevo, recibe al menos un don del Espíritu y, a veces, más de uno (1 Corintios 12:4–11). Si somos buenos administradores de nuestros dones, y los usamos para promover el reino del Señor, es posible que recibamos dones adicionales durante nuestro caminar espiritual con el Señor.

El Espíritu también realiza Su obra de santificación guiándonos (Romanos 8:14), consolándonos (Hechos 9:31), fortaleciéndonos (Filipenses 4:13; 1 Juan 4:4), orando por nosotros (Romanos 8:26–27), animándonos (Romanos 15:5), defendiéndonos (Lucas 12:11–12), e iluminándonos mientras estudiamos la Palabra (1 Juan 2:27).

La obra de santificación dura toda la vida. Continúa hasta que muramos, o seamos arrebatados para encontrarnos con el Señor en el cielo. Es un trabajo interior que se aplica al alma.

Para aclarar esto, permítame explicarle que la salvación es un proceso. No solemos pensar en ello de esta manera. Cuando se nos pregunta si somos salvos, solemos responder diciendo: “Sí, fui salvo en mayo de 1951”. Normalmente damos la fecha en que recibimos a Jesús como nuestro Señor y Salvador. Está bien, excepto por el hecho de que deja la impresión de que nuestra salvación comenzó y terminó ese día.

El hecho es que el día que aceptó a Jesús, la única parte de usted que nació de nuevo fue su espíritu. Su espíritu cobró vida por el poder regenerador del Espíritu Santo, y fue justificado ante Dios. La justificación es el primer paso en el proceso de la salvación. Se refiere a su posición legal ante Dios. Debido a su fe en Jesús, Dios perdona y olvida sus pecados, y usted se presenta ante el Padre justificado en la justicia de Jesús (Romanos 5:18).

En ese momento, comienza el segundo paso del proceso. Se llama santificación. El Espíritu Santo entra y comienza la obra de moldear su alma carnal a la imagen de Jesús. Su alma es su personalidad, su voluntad y sus emociones. Cuando comienza la santificación, se involucra en una lucha espiritual. Cada vez que empiece a tomar una decisión, su espíritu regenerado lo llevará en la dirección de Dios, mientras que su alma carnal lo atraerá al mundo. Esa es la lucha que Pablo describe en su vida en Romanos 7, cuando habla de querer hacer lo correcto, pero a menudo termina haciendo lo incorrecto (Romanos 7:7–25).

El paso final en el proceso de salvación no ocurre hasta la resurrección o el rapto. En ese momento, los cuerpos de los creyentes serán glorificados, lo que significa que serán perfeccionados y hechos inmortales (1 Corintios 15:51–55).

Y allí lo tenemos — las tres etapas en el proceso de salvación: justificación (el espíritu), santificación (el alma) y glorificación (el cuerpo).

Un Proceso Lento y Doloroso

La obra de santificación es un proceso lento y doloroso. Es lento porque el Espíritu es un caballero y no nos obliga a cambiar todo a la vez. Es doloroso porque tenemos una tendencia natural a resistir la obra que el Espíritu quiere hacer dentro de nosotros.

Verá, el Espíritu quiere tomar la dirección de nuestra vida. Pero generalmente queremos que Él sea un residente y no un presidente. Queremos que Él resida dentro de nosotros, pero no que presida. Así que terminamos sofocando la obra del Espíritu, razón por la cual se nos manda: “No apaguéis el Espíritu” (1 Tesalonicenses 5:19).

La mayoría de nosotros venimos al Señor por una necesidad muy específica. Queremos que Él solucione un problema específico que está arruinando nuestra vida. Luego, poco después de haberlo aceptado y recibido el don de Su Espíritu, descubrimos que Él está preocupado por cada aspecto de nuestra vida, no sólo por el problema que nos molestaba. El Espíritu comienza a convencernos de pecados que en realidad nunca nos molestaron tanto y que realmente preferiríamos que Él pasara por alto. Damos la bienvenida al Espíritu como un Ayudador, pero comienza a actuar como un Entrometido.

Lea la parte 2 aquí

Traducido por Donald Dolmus
Ministerio En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)

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