Israel en la Profecía Bíblica
Antes de que los hijos de Israel entraran a la Tierra
Prometida, Dios les habló de una serie de severas advertencias por medio de
Moisés, su líder y profeta. Las advertencias están registradas en Deuteronomio
28 y 29.
Estos capítulos constituyen el Pacto de la Tierra de Dios con
el pueblo judío. En este pacto, Dios dejó en claro que aunque Él le había dado
al pueblo judío un título eterno de la tierra, su disfrute de ella dependería
de su obediencia a las leyes que Él les había dado en el Pacto Mosaico.
La Esperanza de Bendiciones
El Pacto de la Tierra comienza con promesas de bendiciones si
son obedientes (Deuteronomio 28:1-2):
Acontecerá que si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios,
para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy,
también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra. Y
vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si oyeres la voz de
Jehová tu Dios…
Moisés procedió entonces a enumerar las bendiciones en
detalle. Éstas incluían cosas como la abundancia agrícola, la derrota de los
enemigos, prosperidad financiera y lluvia abundante (Deuteronomio 1:3-13).
La Advertencia de Maldiciones
Pero entonces, Moisés comenzó a declarar advertencias acerca
de maldiciones que caerían sobre ellos si eran desobedientes al Señor
(Deuteronomio 1:15ss.). La variedad de estas maldiciones era impresionante —
ciudades en caos, juventud en rebelión, una epidemia de divorcios, políticas
gubernamentales confusas, derrotas por sus enemigos, enfermedad galopante,
sequía que llevaría a la pérdida de cosechas, dominación extranjera e incluso
exilio a una tierra extraña—.
Moisés concluyó la lista con una explicación detallada de lo
que sería el juicio definitivo de Dios, en caso de que llegaran a arraigarse en
rebelión y se negaran a arrepentirse (Deuteronomio 28:64-67):
Y Jehová te esparcirá por todos los pueblos, desde un extremo
de la tierra hasta el otro extremo; y allí servirás a dioses ajenos que no
conociste tú ni tus padres, al leño y a la piedra. Y ni aun entre estas
naciones descansarás, ni la planta de tu pie tendrá reposo; pues allí te dará
Jehová corazón temeroso, y desfallecimiento de ojos, y tristeza de alma; y
tendrás tu vida como algo que pende delante de ti, y estarás temeroso de noche
y de día, y no tendrás seguridad de tu vida. Por la mañana dirás: ¡Quién diera
que fuese la tarde! y a la tarde dirás: ¡Quién diera que fuese la mañana! por
el miedo de tu corazón con que estarás amedrentado, y por lo que verán tus
ojos.
En resumen, el castigo definitivo que el pueblo judío
recibiría por la rebelión deliberada e impenitente contra la Palabra de Dios,
sería la expulsión de su tierra, su dispersión por todo el mundo y su
persecución a donde quiera que fueran.
La Maldición sobre la Tierra
Tampoco eso sería todo. Moisés declaró además que Dios pondría una maldición sobre su tierra y,
como resultado de esa maldición, la tierra se llenaría de enfermedades y plagas
(Deuteronomio 29:22), y la propia tierra llegaría a estar “abrasada; no será
sembrada, ni producirá, ni crecerá en ella hierba alguna,…” (Deuteronomio
29:23).
La maldición sería tan terrible, que cuando los extranjeros
vinieran a visitar la tierra, exclamarían, “¿Por qué hizo esto Jehová a esta
tierra? ¿Qué significa el ardor de esta gran ira?” (Deuteronomio 29:24). Y la
respuesta sería: “Por cuanto dejaron el pacto de Jehová el Dios de sus padres…
y fueron y sirvieron a dioses ajenos, y se inclinaron a ellos… Por tanto, se
encendió la ira de Jehová contra esta tierra, para traer sobre ella todas las
maldiciones escritas en este libro; y Jehová los desarraigó de su tierra con
ira, con furor y con grande indignación.…” (Deuteronomio 29:25-28).
La Promesa de Esperanza
Afortunadamente para el pueblo judío, Moisés no terminó ahí. Él
procedió a pronunciar algunas palabras de esperanza. Les aseguró que si alguna
vez eran esparcidos por todo el mundo, llegaría un día cuando Dios en Su
compasión los “restauraría de su cautividad”, al reunirlos de vuelta en su
patria (Deuteronomio 30:3). “Aun cuando tus desterrados estuvieren en las
partes más lejanas que hay debajo del cielo, de allí te recogerá Jehová tu
Dios, y de allá te tomará” (Deuteronomio 30:4).
El profeta Ezequiel retomó a partir de ahí, profetizando lo
que le pasaría a la tierra cuando el pueblo judío fuera reunido a ella
(Ezequiel 36:34-35):
Y la tierra asolada será labrada, en lugar de haber
permanecido asolada a ojos de todos los que pasaron. Y dirán: Esta tierra que
era asolada ha venido a ser como huerto del Edén; y estas ciudades que eran
desiertas y asoladas y arruinadas, están fortificadas y habitadas.
Cumplimiento Profético
¡Qué panorama tan increíble de eventos futuros que se han
cumplido precisamente en detalle!
Después de que el pueblo judío ocupó su Tierra Prometida, bajo
el liderazgo de Josué, inmediatamente comenzaron a desviarse de la Palabra de
Dios. Violaron el mandato de Dios de no casarse con los pueblos paganos de la
tierra. A medida que lo hicieron, comenzaron a adorar a los falsos dioses de
estos pueblos.
Dios respondió enviando profetas para llamarlos al
arrepentimiento. Cuando se negaron a arrepentirse, Dios comenzó a afligirlos
con las maldiciones que Moisés había esbozado en sus advertencias. Finalmente,
tal como Moisés había profetizado, fueron llevados al exilio. Después de que
Dios les permitió regresar, persistieron en su rebelión, consumando con el
rechazo del Mesías que Dios les envió.
Fue en ese momento que Dios les permitió a los romanos
destruir a Jerusalén en el año 70 EC, incluyendo al Templo judío. Esto comenzó
el proceso de su expulsión de la tierra y su dispersión mundial, un proceso que
se aceleró después de la Segunda Revuelta Judía en 132-136 EC.
Durante los siguientes 1800 años, los judíos fueron esparcidos
literalmente a los cuatro ángulos de la tierra, en cumplimiento de la profecía
de Moisés. Y, en cumplimiento adicional de esa profecía, fueron perseguidos a
dondequiera que fueron, y su patria se volvió totalmente desolada.
La Naturaleza de la Tierra Prometida
Tenga en cuenta que su patria era una de gran abundancia
cuando el pueblo judío entró en ella, unos 1400 años antes de la época de
Jesús. Así es cómo Moisés la describió (Deuteronomio 8:7-9):
…Jehová tu Dios te introduce en la buena tierra, tierra de
arroyos, de aguas, de fuentes y de manantiales, que brotan en vegas y montes;
tierra de trigo y cebada, de vides, higueras y granados; tierra de olivos, de
aceite y de miel; tierra en la cual no comerás el pan con escasez, ni te
faltará nada en ella; tierra cuyas piedras son hierro, y de cuyos montes
sacarás cobre.
Moisés además caracterizó la tierra de una forma muy diferente
a la tierra árida de Egipto, debido a que ésta “bebe las aguas de la lluvia del
cielo” (Deuteronomio 11:10-11). Moisés también la describió como “tierra de la
cual Jehová tu Dios cuida; siempre están sobre ella los ojos de Jehová tu Dios,
desde el principio del año hasta el fin” (Deuteronomio 11:12). Ezequiel afirmó
esta evaluación de la tierra muchos años después, cuando escribió que Dios le
juró al pueblo judío que Él los sacaría de la tierra de Egipto a una tierra “que
fluye leche y miel, la cual es la más hermosa de todas las tierras” (Ezequiel
20:6-7, 15).
La Desolación de la Tierra
Sin embargo, tal como fue profetizado, esta tierra gloriosa se
convirtió en “morada de chacales” y “un montón de ruinas” (Jeremías 9:11).
Las lluvias disminuyeron, los árboles fueron talados, el suelo
superior se erosionó y la sedimentación excesiva en los valles produjo el
anegamiento y la creación de pantanos. Con los pantanos, vino un brote de
malaria que debilitó a la población y que condujo al abandono de villas y de la
tierra anteriormente cultivada.1
Las áridas afueras de
Jerusalén en 1938.
La tierra se volvió repugnante, y durante los 1800 años que
los judíos estuvieron fuera exiliados de ella, nadie realmente la deseaba. Se
convirtió en un páramo desolado, y Jerusalén se volvió una incubadora de
enfermedades. Para comienzos del siglo XIX, era un lugar que la gente evitaba,
excepto por los más fanáticos peregrinos cristianos — como los rusos, que
caminarían todo el camino hasta la Tierra Santa y morirían allí—.
En mi biblioteca tengo un número de libros escritos en el
siglo XIX por exploradores occidentales, quienes escribieron descripciones
gráficas de la tierra. A continuación algunos ejemplos:
1855
En 1855, un doctor estadounidense, llamado Jonathan Miesse,
viajó a la Tierra Santa y publicó sus recuerdos en 1859, en un libro titulado A
Journey to Egypt and Palestine [Un Viaje a Egipto y Palestina].2 (Israel había
sido renombrado Palestina por los romanos y aún era llamado así en el siglo
XIX).3
…en el presente, casi tres mil años después de David, el país
es presa de las bestias salvajes, y de los beduinos más salvajes; y de los
habitantes, cada uno planta apenas lo suficiente para satisfacer sus mayores
necesidades corporales; todo exceso los beduinos se lo llevarán, y lo que ellos
dejan atrás, los gobernantes turcos lo confiscarán.
Su referencia a los turcos indicaba otra maldición sobre la
tierra. El Imperio Otomano y los turcos habían tomado control de la tierra en
1516, y rápidamente establecieron una reputación de incompetencia y corrupción
administrativas.
1867
Doce años después, un periodista estadounidense, llamado Mark
Twain, hizo un viaje a Palestina. Él publicó sus impresiones en 1869, en un
libro titulado The Innocents Abroad [Los Inocentes en el Extranjero].4 Fue el
libro que hizo famoso a Twain. Él describió a Palestina como una “tierra abrasadora,
desnuda y sin árboles”.5
Mark Twain en 1867.
Con respecto al área del Mar de Galilea, en particular, Twain
escribió, “No hay ni una villa solitaria…Hay dos o tres pequeños clústeres de
tiendas de beduinos, pero ni una sola habitación permanente. Uno puede viajar
diez millas, por aquí, y no ver diez seres humanos”. Luego, refiriéndose a la
profecía bíblica, escribió: “A esta región, las profecías aplican: ‘Asolaré
también la tierra, y se pasmarán por ello vuestros enemigos que en ella moren’”
(Levítico 26:32).6
Una referencia a la profecía cumplida en este pasaje es
notable, puesto que Mark Twain no era un creyente. Más aun cuando usted considera
que él añadió esta declaración: “Ningún hombre puede permanecer aquí [en esta
área desierta] y decir que la profecía no se ha cumplido”.7
Con relación al Valle de Jezreel, (o el Valle de Armagedón,
como los cristianos lo llaman), Twain observó, “Hay aquí una desolación que ni
siquiera la imaginación puede agraciar con la pompa de la vida y la acción”.8
Él describió el altiplano central de Samaria indicando, “Apenas había un árbol
o un arbusto en cualquier parte. Incluso el olivo y el cactus, amigos de un
suelo inútil, habían casi abandonado el país”.9
Continuando con su descripción de Samaria, escribió: “No
existe ningún paisaje que sea más agotador para el ojo que aquél que delimita
las cercanías de Jerusalén”.10
La descripción resumida de Twain de la tierra era triste:
“…ciertamente es monótona y nada invitadora…Es una tierra sin esperanza, triste
y descorazonadora”.11
Twain concluyó sus observaciones acerca de Palestina a
mediados del siglo XIX con estas conmovedoras palabras: “Palestina se sienta en
cilicio y cenizas… ¿y por qué debería ser de otra manera? ¿Puede la maldición
de la Deidad embellecer una tierra?”.12
1884
Otro turista estadounidense, Henry M. Field, publicó un libro
acerca de su viaje a Palestina en 1884. Escribió acerca del paisaje desolado y
sin árboles de la siguiente manera:13
El país parecía desierto de habitaciones humanas…Su apariencia
se hacía aun más desolada por estar sin árboles. Mientras cabalgaba entre las
colinas, no vi un solo árbol. Si esto se debe al impuesto del gobierno sobre
los árboles, o al despilfarro de la gente en cortar para combustible todo joven
árbol casi tan pronto como éste muestra su cabeza sobre el suelo, no lo sé; yo
sólo consigno el hecho, que el paisaje estaba absolutamente sin árboles.
1912
Al iniciar el siglo XX, y a medida que los judíos comenzaron a
regresar a su patria, la condición de la tierra no había mejorado. En 1912, un
viajero británico con el nombre de Sir Frederick Treves, publicó un libro
titulado apropiadamente, The Land That Is Desolate [La Tierra que está
Desolada].14
Arando en Palestina en
1890, con unos disparejos vaca y burro.
Al describir el acercamiento a Jerusalén, Treves escribió:15
[El área] está prácticamente sin árboles. Las coberturas que
existen son en su mayoría de cactus espinosos. Las villas pasadas son masas
secretas de chozas de cimas planas hechas, al parecer, de un barro de color
chocolate y decoradas con basura y desperdicios.
Hablando de los alrededores de Jerusalén, Treves observó que
“las colinas están desnudas, excepto por algo de hierba agitada y matorrales
famélicos”.16 En cuanto a Jerusalén, escribió:17
…la ciudad en sí es como la sombra de una roca en una tierra
cansada. Con la excepción de unos pocos olivos pálidos, un parche aquí y allá
de un verde indefinido, y un ciprés melancólico, los alrededores de Jerusalén
son un polvoriento y nada agradable desperdicio de piedra caliza.
Arando en 1900 con un
equipo disparejo de una vaca y un camello.
Treves describió a Belén como una “monótona ciudad de casas
monótonas en un risco, tan monótono en color y de sombrío aspecto como una pila
de huesos secos”.18 De igual forma, él escribió acerca de la zona de Nazaret
como “un triste país, porque la tierra está desnuda, áspera y sin árboles…Aquí
ciertamente es vista la pobreza de la tierra”.19 Con respecto a la zona de
Galilea, la describió como “abandonada”. En cuanto a la “completamente sucia
ciudad de Tiberias”, declaró que era “un lugar horrible y apestoso”, con “robustas
alimañas”.21
1924
Incluso en una fecha tan tardía como a mediados de 1920,
Palestina todavía era descrita como “una tierra árida, rocosa y amenazadora”,
por Oliver C. Dalby en su folleto, Rambles in Scriptural Lands [Caminatas en
Tierras de la Escritura].22 Él caracterizó a Jerusalén como un lugar donde las
calles eran “estrechas y sucias”, y donde “los edificios son austeros y poco
atractivos”.23
Notas
1) Scientific American,
"50 Years Ago: The Reclamation of a Man-Made Desert," April 1960,
www.scientificamerican.com.
2) Dr. Jonathan Miesse, A
Journey to Egypt and Palestine in the Year 1855 (Chillicothe, Ohio: Scioto
Gazette Office, 1859).
3) Miesse, page 157.
4) Mark Twain, The
Innocents Abroad (Hartford, Connecticut: The American Publishing Co.,
1860).
5) Twain, page 482.
6) Ibid., page 485.
7) Ibid.
8) Ibid., page 520.
9) Ibid., page 555.
10) Ibid.
11) Ibid., page 606.
12) Ibid., pages 607-608.
13) Dr. Henry M. Field, Among
the Holy Hills (New York: Charles Scribner's Sons, 1884), page 179.
14) Sir Frederick Treves, The
Land That Is Desolate: An Account of a Tour in Palestine (London: Smith,
Elder & Co., 1912).
15) Treves, page 21.
16) Ibid., page 33.
17) Ibid., page 40.
18) Ibid., page 120.
19) Ibid., page 177.
20) Ibid., page 193.
21) Ibid., pages 193, 196,
197.
22) Oliver C. Dalby, Rambles
in Scriptural Lands (Self-published in 1924).
23) Dalby, page 91.
Continuará...
Traducido por Donald Dolmus
En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)
Original article:
The Reclamation of the Land
Courtesy of: